La semana pasada, mis papás y yo empezamos a ver Todo va a estar bien, una serie mexicana  dirigida por el también actor y productor Diego Luna para la plataforma de Netflix. Hay una escena en particular del primer capítulo que generó controversia, porque más allá de la dinámica secuencia de animación presente en aquel episodio, hasta una pequeña risa provocó en mis padres el uso tan natural del pronombre “elle” en los diálogos de la secuencia. En la lengua coloquial de nuestros tiempos, puede servir para identificar a la comunidad no binaria, es decir, las personas que no se definen como “él” o “ella” exclusivamente, porque no están de acuerdo con la concepción dual de género con la cual nos criaron. 

Por ejemplo, Pedro nació con órganos reproductivos masculinos y claro, al ser un bebé, se le identificó solamente como hombre. Pero conforme crece, elle no se siente cómode con la identidad de género asociada con lo masculino, ni tampoco se define con la identidad de género femenina. Por tanto, Pedro prefiere ser identificade bajo el pronombre “elle”.  

Para mis papás, y para mucha gente de su edad, el lenguaje inclusivo no es sino otra ocurrencia de nuestra generación, para “armarla de tos”. Cuando en realidad, el tomar el/los pronombre/s de alguien en cuenta es respetar a la persona.

Es más fácil entenderlo, quizá, desde la orientación sexual. En una sociedad regida por la monogamia y la heterosexualidad, una pregunta común de la comida familiar a un hombre suele ser “¿Y la novia?” Esta pregunta, aparentemente inofensiva, puede ser letal para el hombre en cuestión, porque si él prefiere tener novio, o andar con una persona no binaria, se sentirá incómodo al contestar, como si su orientación fuera algo antinatural. 

Lo correcto sería preguntar si tiene pareja, porque aquí no se asume qué orientación sexual tiene, ni con cuántas personas ande en ese momento. 

Mas cuando hablamos de identidad de género, entramos en un asunto más complejo, sobre todo cuando conocemos seres humanos en una reunión. Estamos acostumbrades a asumir el género de las personas por cómo se ven, e incluso asumimos cosas a partir de su vestimenta, gestos o actitudes. Sin embargo, es un error pensar luego luego en obviedades, porque nunca sabemos cómo le otre se puede sentir al respecto.

Para alguien que se identifica como mujer y tiene una preferencia sexual por otra, la pregunta de “¿Quién es el hombre en la relación?” es insufrible, porque la orientación sexual y la identidad de género NO SON LO MISMO.

Y todo el debate alrededor de Andra Escamilla, une alumne que prefirió ser nombrada como “compañere”, porque se identifica con los pronombres “él/elle”, se ve desde el foco equivocado. No se trata de qué es correcto según la RAE o alguna otra institución. Simplemente es empatía, visibilidad y respeto por quien cada quien decida ser.

Porque de adivinar vienen las dolencias. Si no todas las que se identifican como mujeres se quieren casar, o no todos los que se definen como hombres aman el fútbol, ¿por qué todes asumimos lo contrario?

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