Hace unos días, en uno de esos Zoom que sirven para consolarte con que no la agarraste de buró, discutía con unos amigos cuál es la peor chamba del sexenio. Uno se inclinaba por la de Olga Sánchez Cordero. No la actual, se entiende. O sea, no la del Senado, que consiste en hacer lo que diga el Presidente, y que de por sí está piñatísima. Mi amigo se refería a su paso por Gobernación, marcado por los “no”: no se encargó de la seguridad nacional o de la migración, ni de la agenda feminista que iba a súper impulsar y que mejor no porque ya todos sabemos que la 4T anda como que muy heteronormada, ni de la despenalización de la mota.

Otro amigo se decantó por la de Octavio Romero. Se entiende. Lunes, 10:00 AM, Palacio Nacional. El Presidente te recibe de malas: se tuvo que regresar de Nayarit, madrugó y luego de La Mañanera, en vez de la siesta de dos horas que se echa siempre luego del desayuno que con sus chilaquiles, que con el jugo, que con la cecina, que tamales, indispensable para ir a echar el beis luego del sueñito, tiene que hablar contigo de Pemex, esa empresa que debería garantizar que el repartidero de lana entre los menesterosos, que la soberanía, que un contratito para X luchador social y que una chamba para Z. Y uy: tienes que decirle, con un rubor en los cachetes y una copiosa sudoración por los nervios, que no, que las pérdidas siguen de récord mundial.

Desde luego, también Mario Delgado se llevó una mención. Pues sí. Sales del ITAM dispuesto a comerte al mundo y acabas aplaudiéndole a Macedonio, abucheado y escondido en un Sanirent. 

En mi opinión, sin embargo, la peor chamba del sexenio es la de Gatell. Ya sé lo que van a decir. Que, 500 mil muertes después, se merece lo que le pase. Pero a ver. Empiezas con el aura de ser un super médico, sales en revistas, las mujeres se lanzan a tus pies por lo articuladote que resultaste, y terminas desacreditado como doctor, certificado como un pésimo político, ridiculizado por impudicias como la de la fuerza moral y, en el colmo, catalogado de “pendejo” por la senadora Xóchitl Gálvez. Con una peculiaridad: nadie relevante, en ámbito político alguno, salió a decir lo habitual: que evitemos los insultos, que la crítica se vale pero que sea constructiva, que mantengamos el clima de respeto. Nadie, ni en tu partido ni en los contrarios, reprochó realmente el insulto, tal vez porque apostarle a dejar a los niños sin vacunas… Supongo que me explico.

¿Y ustedes, lectoras, lectores, por quién votan?

 

@juliopatan09