El 15 de septiembre de 2001, a las siete de la mañana, Lucelly Gil se adentró en el inmenso nubarrón de polvo tóxico que dejó el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York. A partir de ese momento recogería allí escombros hasta 12 horas por día, cada día, durante seis meses.

Hoy, casi dos décadas después, esta colombiana de 65 años sin papeles vive con las secuelas de ese trabajo: es sobreviviente de cáncer de mama -uno de los más frecuentes en las mujeres que estuvieron en el sitio de los atentados-, tiene un brazo inutilizado que le provoca tanto dolor que la hace llorar a diario y sufre de depresión.

Durante ocho meses tras los atentados, decenas de miles de personas -muchos de ellos inmigrantes- limpiaron la Zona Cero donde se erguía el World Trade Center, vaciaron y demolieron otros edificios dañados, y retiraron 1.8 millones de toneladas de escombros del área a cambio de unos 7.5 a 10 dólares la hora, un salario apenas superior al mínimo en la época.

No lo sabían entonces, pero la exposición al asbesto y a otros materiales tóxicos como el plomo les acarrearía cáncer, asbestosis y un sinfín de enfermedades respiratorias, además de estrés postraumático, ansiedad y depresión.
“No me gusta recordar los aniversarios (…) siento que retrocedo”, dijo Gil en una sesión del grupo de apoyo a limpiadores latinos del 9/11 “Fronteras de Esperanza”, en Queens.

 

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