Salvador Elizondo se inspiró en la fotografía de un supliciado chino para construir Farabeuf.
Fotos: Internet. Salvador Elizondo se inspiró en la fotografía de un supliciado chino para construir Farabeuf.  

“Quiero que me cojan todo el día y toda la noche. Lo dijo, eso fue lo que dijo”.

Crónica de la Intervención. Juan García Ponce

 

Era preciso, entonces, saber quién era él, ese ser prodigioso que se debatía sonriente en medio de su propio aniquilamiento, como en un océano de goce, como en un orgasmo interminable…

Se lee en una de las páginas de Farabeuf, novela en la que Salvador Elizondo hizo “la crónica de un instante”.

Publicada en 1965, Farabeuf narra un instante eterno, un instante en el que se cuestionan los límites y alcances de la memoria y el lenguaje, el placer y la agonía; en un pestañeo, todos, absolutamente todos hemos experimentado su disolución en el vacío y eternidad momentáneos: el orgasmo.

Inclasificable -aún- como su novela y -quizá- como todo el corpus de su obra, Elizondo se presentó a la “sociedad literaria” con Farabeuf, su obra mayor.

La novela conjuga sin agotarlas, todas sus obsesiones: el erotismo, el cine, las lenguas francesa y china, la muerte; los espejos y la fotografía; la medicina y el cine. Ante todo, la escritura.

Elizondo Alcalde era un dandi. Hijo de un diplomático, el autor de Elsionore -trasunto de “las tribulaciones del estudiante Törless” de Musil– se educó en Canadá, Estados Unidos y Europa, de impecable tweed, aficionado al whisky y ademanes precisos y cuativantes, casi pierde la razón tras dar a la imprenta Farabeuf.

Historias lo ponen fumando mariguana y hablando chino al aire mientras colecciona cascos de botellas; alumno adelantado de Mallarmé y los poetas malditos, él fue uno de ellos, con apenas unos cuantos poemas escritos.

De su pluma brotó Farabeuf, cuyo argumento descansa en una inquietante pregunta “¿de quién es ese cuerpo que hubiéramos amado infinitamente?”.

La frase fue escrita -como al vuelo- en el reverso de la fotografía que Bataille cuela en su libro Las lágrimas de Eros: el último magnicida chino que a inicios del siglo XX es sometido al Leng Tché o el castigo de los cien cortes.

En la imagen, un hombre ¿o mujer? aparece en primer plano, con las dos piernas y parte de los brazos cercenados. De su pecho, en el que se contemplan las costillas expuestas corren hilillos de sangre que se abren paso a su sexo, que lo antiguo de la placa no permite distinguir mientras su mirada se eleva al aire.

El instante fue captado por un anónimo fotógrafo.. “y que el acto de morir es un acto que dura un instante -dijo Farabeuf- y que por lo tanto (…) en el único instante en el que el hombre es un moribundo, es decir, en el instante mismo en que el hombre muere”.

‘Grace’ se degrada a tormenta tropical; centro se localiza a 40 km de la CDMX

Un hombre/mujer moribundo. La expresión de su rostro se asemeja o es (?) idéntica a la del orgasmo; la fotografía se grabó a fuego en la mente de Elizondo. Ese es el pretexto del texto: un instante eterno.

Y este instante, ese momento eternizado por el obturador de la cámara lo obsesionó: aglutinó su estudios del chino y sus experimentos con el lenguaje, un conjunto de signos que en su construcción ocultan secretos.

Liú.

Un sinograma que en la sencillez de sus trazos encierra la comunión del hombre y el cielo; es uno de los hexagramas más complicados de obtener en el I-Ching, método adivinatorio que, al menos, tiene tres mil años de antigüedad. No ofrece respuestas sino que muestra caminos, presenta decisiones.

Hay una pregunta que se repite e hila la narración ¿recuerdas?

Resumir Farabeuf es un ejercicio vacúo, su mismo autor decía que había más interpretaciones de la obra que lectores. Empero, Paz, ese bardo con pies de barro se acercó a una descripción:

Todos estos signos confluyen en el ideograma Liú, que es muerte que es tortura que es rito erótico que es sacrificio religioso que es descabellada tentativa de cristianizar China que es experiencia médica de un ilustre profesor de cirugía que es una tortura que es una ceremonia erótica que es el paseo de una pareja por la playa durante el cual una mujer encuentra una estrella de mar que es el suplicio Leng T’che que es la crucifición que es el ideograma Liú…

“¿Recuerdas?”

Liú.

“¿Quién dibujó en la noche esa figura en la que se concentra el último significado de una cifra inquietante: el número seis?”

Liú.

“¿Hay algo más tenaz que la memoria?”

Fundamentalmente la escritura

Farabeuf muta constantemente. El pretexto es seguir al viejo doctor H.L. Farabeuf que llega al número 3 de la rue de l’Odeon, en París para realizar un rito en el cuerpo expectante de la “enfermera”, que se desdibuja entre su amante y su víctima propiciatoria.

Mientras Farabeuf sube pesadamente las escaleras, enfundado en su raído abrigo cubierto de su caspa, la “enfermera” juega a la ouija, trata de adivinar su destino a través del I-Ching y en ese momento, todo se diluye y se eterniza ¿acaso no es lo mismo cuando el coito deviene en orgasmo, un vacío colmado?

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El lenguaje, el español con el que está narrada la novela se trastoca. Se reviste de noche y espejos rotos. De experimentos cinematográficos inspirados en Einseinstein y la nueva novela francesa, quizá en la vanguardia y hasta en la experiencia de la transgresión y placer de invadir la carne, ya sea con un bisturí o con más carne.

-¿Es preciso olvidarlo, ahora, olvidarlo todo…?
– ¿Eres tú capaz de olvidarlo?
– El olvido no alcanza a las cosas que ya nos unen. Aquel placer, la tortura, aquí, presente, ahora, para siempre con nosotros, como la presencia del hombre que nos mira desde esa fotografía inolvidable…

¿Recuerdas?

Tan inclasificable es Farabeuf y el propio Elizondo, que su extrañeza se resumiría en que es el único escritor en lengua española que ha traducido la primera página del Finnegan’s Wake, la oscura novela de Joyce escrita, al menos, en 20 idiomas.

LV