Se acordarán de la pelea final de Rocky IV. Para los que no la vieron, en el año de 1985, cuando se estrenó la película, todavía existían el bloque soviético y la guerra fría.

En esta película, absurdamente, se enfrentaban un “pobre y humilde” Rocky (Sylvester Stallone) de Estados Unidos, contra un “rico y preparado, pero frío y sin corazón” Iván Drago de la Unión Soviética. Fuera de la ironía y el absurdo de la situación, lo que más me llama la atención es que Rocky, porque además pelean en Moscú por el campeonato de peso pesado, se “gana” al público local simplemente a base de recibir golpes y más golpes por parte de Iván Drago, que literalmente, lo vapulea sin parar los primeros rounds.

No les spoileo la película, o bueno, sí. Si no quieren saber el final de una película de hace más de 25 años pueden saltar este párrafo.

El caso es que milagrosamente Rocky se recupera de la tremenda golpiza y gana la pelea en el último round y por knock out. Digamos que nada de eso es sorpresa, ya que era la fórmula que prevaleció en las películas de Rocky, desde la primera, casi 10 años antes que ésta.

La diferencia es que en la primera se sentía tan auténtica, con tanto tino y gusto, que además de ser una película sobre box era un retrato social que hablaba sobre los inmigrantes italianos y su lucha por integrarse, la pobreza en EU, y como cualquiera que se dedicara y siguiera sus sueños tenía el poder de cambiar su vida.

Esa película, la primera, fue tan significativa que incluso les valió el Oscar a mejor director, mejor película y edición. Además de que Sylvester Stallone estuvo nominado al Oscar a mejor actor.

Tristemente Stallone desperdició, o más bien decidió aprovechar a su manera el éxito de la primera y se dedicó a explotar y derrochar la fórmula una y otra vez hasta que ya no quedaba nada de lo bueno que tuvo la primera. Incluso, esa última, la IV, ganó varios Razzies, que son los premios a “lo peor” del cine, incluyendo peor actor, peor actriz, peor director y peor música.

Se preguntarán que por qué a estas alturas recuerdo al venerable Stallone y es que creo que esa antigua fascinación por el deporte está dejando la edad de la inocencia. Tal vez antes se creía que por el hecho de ser un gran deportista eras inmediatamente una gran persona. Algo había en la disciplina, en el trabajo diario y en la lucha por mejorar que a todos nos conquistaba e incluso llenaba las salas de cine.

El género de película deportiva era enorme y exitosísimo, desde Karate Kid (1984) hasta Ali (2001) o Chariots of Fire (1981), siempre había al menos alguna película de deporte importante cada dos o tres años.

Lo que más me sorprende es que ahora que vivimos en la época del fitness ya nadie parece inspirarse por estas historias. Por ello pienso que, posiblemente, nos hemos desencantado un poco con el deporte y los deportistas. Necesitamos nuevos héroes que además de conquistar medallas y trofeos conquisten nuestros corazones, y me refiero en la pantalla grande, porque en la realidad sí que los hay, sobre todo en las disciplinas paralímpicas y en aquellos que, como Rocky en la primera, llegan sin el apoyo de nadie a lograr el casi imposible sueño del podio olímpico.

 

@pabloaura