Guadalupe C. Gómez-Aguado de Alba

 

En 1921 José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional de México, fundó la Escuela de Verano. Ese proyecto estaba dirigido a profesores estadounidenses que buscaban aprender cultura mexicana y perfeccionar su español. La intención de Vasconcelos era cambiar la imagen de México en el vecino país del norte mediante la inmersión de docentes en un país que se asomaba al siglo XX después de una década de lucha revolucionaria. El rector de la Universidad estaba convencido de que la única manera de cambiar la imagen de México en el extranjero era mediante la difusión de la riqueza cultural del país. La Escuela de Verano tuvo un inicio brillante, ya que las mejores mentes de ese tiempo dieron clases en sus aulas y hacia mediados de la centuria se podía afirmar que el proyecto era un éxito.

En los años 50 las relaciones entre México y los países de Latinoamérica fueron de vital importancia, tanto para la Universidad como para la nación mexicana. Tal como lo había querido Vasconcelos, se buscó crear un proyecto que integrara a la región latinoamericana como una unidad con una historia y un origen común. De esa manera, en la inauguración de los Cursos de Verano en 1956, Antonio Castro Leal, director de la Escuela de Verano, afirmó que “un intercambio intenso y progresivo de culturas puede llevar sin duda a la juventud de los distintos pueblos de América, a la concepción madura de un mundo cada vez mejor”. Así, se buscó que mediante la difusión de la riqueza cultural latinoamericana, cuyas raíces compartían los pueblos de Iberoamérica, se fomentara la unidad regional y se propiciara la llegada de estudiantes latinoamericanos a la Universidad.

En esos años, México había pasado de ser un país cerrado al mundo, a otro abierto a las experiencias del exterior. En ese contexto de crecimiento continuo de la Universidad, las relaciones con América Latina fueron de vital importancia en el proyecto universitario y el director de la Escuela de Verano no fue ajeno a ese anhelo de unidad latinoamericana. De ese modo, propuso que la “vieja Escuela de Verano” se convirtiera en un instituto o centro de Estudios Hispánicos. Su justificación era que España había perdido hegemonía en ese ámbito por su situación política, es decir, la salida de importantes intelectuales y la dictadura de Francisco Franco. Un factor de vital importancia era el incremento del comercio con América Latina, que en un futuro sería un mercado formidable para Norteamérica, Europa y Asia, además de la importancia creciente del español como una de las lenguas más habladas en el mundo.

Desde su perspectiva, la relevancia de América Latina en el campo de las relaciones internacionales y de la cultura hacía perentorio que la UNAM tuviera una dependencia dedicada expresamente a estudiar los países latinoamericanos; además, esa sería la oportunidad de fomentar y estrechar las relaciones interregionales. La idea de Castro Leal finalmente tuvo eco varios años más tarde, en diciembre de 1979, con la fundación del Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, encabezado por Leopoldo Zea. Pero las semillas fueron sembradas décadas atrás, cuando José Vasconcelos, fundador de la Escuela de Verano, soñó con una Latinoamérica unida por una misma identidad cultural.