Hoy en día, nos encontramos atrapados en una atmósfera de confusión y desconcierto. Bajo este panorama, nuestra sociedad ha optado por enterrar en el pasado un conjunto de valores determinantes. Sin duda, el valor más olvidado, y menos practicado, es el perdón.

Uno de los referentes históricos más importantes al hablar del perdón es Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz (1993). Su concepción del perdón, como ruta para obtener la paz, permitió transformar la conciencia de su nación y del mundo entero. De acuerdo con Mandela: “Los valientes no temen al perdón, si esto ayuda a fomentar la paz.”

Para él, el perdón debía manifestarse en varias dimensiones. En primer lugar, a nivel personal: Mandela perdonó a las autoridades que lo encarcelaron en condiciones precarias por 27 años, pues insistía en que “el perdón es natural porque no tienes tiempo de pensar en represalias.” Posteriormente, en el plano colectivo: Mandela exhortó a los miembros de su partido, durante la campaña a la presidencia de Sudáfrica, a cerrar filas por la paz y no tomar venganza contra quienes los habían oprimido.

Su perspectiva resulta sumamente reveladora, ya que el perdón supone un acto que nace de lo más íntimo de la persona. Al respecto, Hannah Arendt sostenía que el perdón es la llave para dar pie a la acción política y la libertad.

Ahora bien, derivado del rencor, odio y resentimiento se han fracturado los lazos de confianza que propician una convivencia armónica. En este contexto, pareciera que no existen elementos que posibiliten la edificación de puentes de diálogo y reciprocidad… Mucho menos para dar cabida al perdón.

Nos rehusamos a pedir perdón con tal de alimentar nuestro orgullo. Interpretamos los gestos de humildad como señales de debilidad o falta de autoridad moral. Este fenómeno se ve reflejado en distintos ámbitos, comenzando por el político. Podemos observar cómo en la lucha encarnizada por el poder, los gobernantes y servidores públicos se dejan arrastrar por el ego. Baste mencionar la consulta para enjuiciar a expresidentes —la justicia no debe consultarse—.

Dicho lo anterior, debemos trasladarnos de una política de confrontación a una de reconciliación. Éste es un presupuesto fundamental para la construcción de acuerdos de paz y entendimiento, cuyos ejes rectores sean la unidad y la concordia.

En lo más profundo de cualquier persona, ya sea que se desarrolle en la esfera pública, privada, civil, familiar o personal, el reconocimiento del perdón es —por excelencia— el acto más humano y, por ende, más político.

El perdón debe ser la base de todas nuestras actividades, debe estar presente y no ausente. “El perdón libera el alma, hace desaparecer el miedo. Por eso el perdón es un arma tan potente”, apuntó el líder sudafricano.

Recobremos el legado de Mandela viviendo con sentido su mensaje y su invitación a abrazar el perdón. Es tiempo de superar las diferencias que nos dividen.

¿O será otra de las cosas que no hacemos?

 

Consultor y profesor universitario 

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