El régimen obradorista se está ahogando en sus propias mentiras. Hoy, gracias al seguimiento que hace la consultora SPIN, del Dr. Luis Estrada, sabemos que el presidente López Obrador ha dicho 56,000 afirmaciones falsas—p. ej. mentiras, medias verdades o datos no comprobables—en menos de tres años de gobierno. También que promedia 88 afirmaciones falsas en cada “mañanera”.

Asimismo, la lucha anticorrupción, que es la bandera narrativa más importante del obradorismo, ha sido—de nuevo—destapada como una farsa. El video de Martín Jesús López Obrador recibiendo efectivo de David León—dinero para Andrés Manuel, según insinúa Martín—le recordó al país aquel video en el que León también le da paquetes de dinero a Pío, el otro hermano del presidente.

No me malinterpreten. Que cada vez más mexicanos se den cuenta de que el obradorismo es una letrina de mentiras es excelente para nuestro país. Sin embargo, tenemos que hablar más del debate de fondo: ¿cómo afecta la institucionalización de la mentira a una joven democracia como la mexicana?

La principal afectación es contra la moneda de cambio en una democracia: la confianza—tanto entre ciudadanos, como entre éstos y las autoridades—. En su artículo “Post verdad: Un peligro para la democracia” (2017), el filósofo
francés Paul Valadier dice que “la democracia se ve más comprometida por los mentirosos que por cualquier otra infracción procedimental, ya que los mentirosos atacan el lenguaje y, por lo tanto, ese intercambio entre grupos y personas que el lenguaje permite” (p. 6).

Entonces, la mentira es antipolítica, ya que, de entrada, niega el diálogo sincero y en dos vías. “Si ya no podemos confiar en la palabra del otro, reina la desconfianza, y no estamos lejos del ‘estado de naturaleza’ que describió Hobbes, donde todos viven con miedo de los demás y sienten amenazada su existencia” (p. 7), apunta Valadier.

En otras palabras, las mentiras del presidente López Obrador y su régimen solo promueven el sectarismo, la división y la desconfianza entre los mexicanos. Fomentan que no nos hablemos, que no compartamos realidades, que no
ensemos lo mismo, y por ende, que no nos movilicemos contra su largo y sostenido asalto contra la realidad. Al presidente le conviene que le temamos al otro.

@AlonsoTamez