Las ideas fijas nos roen el alma

            Guy de Maupassant

 

Los seres humanos tenemos una innata tendencia a aliviar nuestros malestares y compensar nuestras carencias o nuestros desgastes, porque el equilibrio en nuestras vidas es de vital importancia.

Equilibrio, ciertamente, de una fragilidad desesperanzadora si pretendemos alcanzarlo de afuera hacia adentro, es decir, con una actitud de exigencia a la vida, para que nos proporcione todo lo que necesitamos y perpetúe nuestros estados de bienestar.

Este tipo de equilibrio, siempre efímero, es debilitante a través del tiempo. El único equilibrio que nos es útil es el que se construye de adentro hacia afuera, y ese nos corresponde exclusivamente a cada uno. Tampoco podemos conservarlo indefinidamente, pero nos va fortaleciendo con la experiencia.

Al pretender el equilibrio de afuera hacia adentro, comenzamos a desarrollar diversas conductas para sedarnos y sentirnos satisfechos, solo momentáneamente, pues el desasosiego del desequilibrio vuelve mucho más pronto de lo que esperamos y mucho más fuerte que antes, porque solo estamos resolviéndolo en la vacuidad.

Comemos, bebemos, consumimos drogas y compramos cachivaches inmoderadamente. Esto nos ha llevado a sociedades incapacitadas y autoesclavizadas, presa fácil de cualquiera que nos prometa resolver nuestros problemas sin que tengamos que responsabilizarnos por las consecuencias de nuestras acciones.

También podemos realizar conductas consideradas altamente patológicas, caracterizadas por la ansiedad con que las ejecutamos, dominados por un terrible miedo a que algo terrible suceda, es decir, podemos desarrollar el Trastorno obsesivo-compulsivo o TOC.

Ahora bien, ¿de dónde vienen esos impulsos irresistibles, es decir, compulsiones, de hacer algo para aliviar la ansiedad o el dolor emocional?: de un recuerdo doloroso, inicialmente, que deriva en una serie de ideas dañinas, a partir de las cuales generamos pensamientos negativos.

Todo el conjunto se vuelve persistente, repetitivo y poderoso, hasta robarnos la tranquilidad, haciéndonos presentir o temer constantemente que algo terrible va a pasar. Hablamos de la obsesión.

Toda compulsión es producto de una obsesión, de la que incluso podemos no estar conscientes, en cuyo caso se nos complica más alcanzar el equilibrio. La obsesión puede mostrarse a través de pensamientos aparentemente sin conexión con la herida y la idea que los originaron, de ahí la dificultad de conocer los detonadores. Las compulsiones más generalizadas provienen siempre de una carencia infantil que necesitamos llenar. Llamémosles TIC (Trastorno Infantil Continuado), por ser la antesala del TOC.

La idea que nos impulsa a comer compulsivamente puede ser “nadie me quiere o me apoya”, la que nos lleva a beber quizá sea “debo pertenecer” y la que nos impele a comprar innecesariamente podría presentarse como “tengo que ser perfecto”.

En resumen, cualquiera que sea el recuerdo, la idea o el pensamiento persistente y repetitivo, que nos cause un gran nivel de ansiedad, será una obsesión, la conozcamos o no, y nos impulsará casi incontroladamente hacia una compulsión para calmarnos o sentirnos satisfechos. TIC-TOC.

Una vez que el cuerpo y la psique reconocen aquello que los alivia, se aferrarán a ello, y comenzaremos a repetir la conducta compulsiva con tal frecuencia, que podrá robarnos parte de la vida. Dejaremos de sentir el verdadero placer, indudable fuente de equilibrio, pues nos habremos ya “inmunizado” por el exceso. El desgaste físico, emocional y mental nos irá minando la cordura.

Así es, entonces, que tratar de parar una compulsión con fuerza de voluntad no funcionará. De hecho, puede empeorar nuestra situación. Debemos ir al origen: la obsesión. Ignorarla no va a resultar. Tenemos, por el contrario, que conocerla, identificarla, para desactivarla. Generalmente lo hará sola en cuanto la descubramos, porque es, comúnmente, muy irracional. No pasa una sencilla prueba de lógica básica. Si la pasa es que estamos tratando de contrarrestarla en un estado de ansiedad que nos impide razonar.

Para sentirnos capaces de resistirla y no pasar del TIC al TOC, debemos poner distancia emocional mediante la meditación. El mindfulness es ideal. La calma del observador neutral desenmascara el miedo y disuelve la obsesión.

 

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