Algo prende inevitablemente cuando se enfrentan estas dos selecciones.

Cuesta creer que dos de las naciones europeas que más elementos tienen en común (historia, cultura, hábitos), difieran tanto a la hora de decidir cómo jugar al futbol.

Claro, por mucho tiempo España se ciñó a aquello de la Furia, lo que le generó no pocas confusiones. Puesta a ser tormenta y riñón, muchas veces olvidó que lo suyo estaba en el buen trato al balón. El apodo Furia había surgido en los Olímpicos de Amberes 1920, aunque catorce años más tarde, en el Mundial de 1934, España aún recurría a la estética y no al simple arrojo (ahí Italia la eliminó a patadas y codazos, con las costillas de Ricardo Divino Zamora rotas y uno de los arbitrajes más escandalosos en la historia de este deporte).

Quizá ahí, quizá poco después, todo cambió. Mientras que Italia maduraba futbolísticamente convencida de que lo suyo estaba en el cerrojo, en su amado catenaccio, España se diluía en crisis existenciales: ¿quién y cómo debía ser en la cancha?

Jorge Valdano ha reiterado en varios textos que la respuesta brotó a dos tiempos: primero, el Real Madrid de la Quinta del Buitre en los ochenta; inmediatamente después, a inicios de los noventa, el Dream Team barcelonista entrenado por Johan Cruyff.

Desde entonces sus concepciones se han ido alejando, por mucho que esto no sea lineal y que la generalización tienda a confundir: unos preciosistas, los otros rácanos; unos inventivos, los otros amarrados; unos amantes de la posesión, los otros de justificar todo medio para mantener el cero en su arco (así alinea el Príncipe de Maquiavelo).

En Italia los genios de la pelota históricamente han vivido enjaulados como para contener su afán de romper reglas (Gianni Rivera, Roberto Baggio, Alessandro del Piero, Francesco Totti), al tiempo que en España se les permite hacer y deshacer (Xavi, Iniesta, Xabi Alonso por citar a los más recientes).

El asunto es que incluso en un torneo en el que los Azzurri han brillado por jugar diferente, por tratar bien al balón, por salir jugando, llegado su turno de toparse con España, volvieron al origen. No, nada de jugar mal, pero sí a lo que mejor le acomoda: esperar, enfriar, contener y atacar cuando el clima lo permitió. Así por poco gana en noventa minutos, así lo llevó hasta el alargue, así se impuso en penales.

Desde la banca, Luis Enrique lamentaba: el equipo que lo eliminó como jugador en el Mundial 94, nariz rota y uniforme ensangrentado incluidos, ahora lo echa fuera como seleccionador.

A su favor, destacar el éxito de su abrupta y muy radical revolución: consciente de que era hora de cortar de tajo con el pasado, confeccionó un plantel muy innovador que terminó por romper con todo lo anterior ante la baja forma del otrora capitán, Sergio Ramos. Su grupo jugó muy bien, mas Italia, fiel a su más rancia costumbre, supo imponerse.

Y a propósito de costumbres: algo muy especial ha vuelto a suceder cuando estos dos se han encontrado. Partidazo el de esta semifinal en Wembley.

 

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