Héctor Zagal

Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

Muchas de las frases que utilizamos para expresarnos son una metáfora. Por ejemplo, cuando decimos “salió el sol” no pretendemos decir que el sol es el que se mueve alrededor de la Tierra. Sin embargo, nuestra experiencia nos dice algo distinto. Y aunque sepamos que la Tierra no es el centro del universo ni es estática, seguimos usando la frase.

Cuando nos comunicamos no siempre pretendemos hablar con rigor científico ni ser literales. Esa es una de las maravillas del lenguaje; en una plática cualquiera puede colarse un poco de poesía universal, mitología involuntaria, dobles sentidos, chistes, hipérboles, contradicciones. Por ello cuando decimos “morí de vergüenza” nadie sale huyendo de nuestro cadáver o fantasma platicador ni nos preguntan sobre nuestro tiempo en el hospital después de “morir de risa”. Sin embargo, muchas veces, la realidad supera la ficción.

¿Han escuchado hablar de Diodoro Crono (s. III a.C.)? Fue un filósofo dialéctico de Mégara que vivió en la corte de Ptolomeo I en Alejandría. Cuando le plantearon unas cuestiones dialécticas que no pudo resolver inmediatamente, murió de vergüenza. Literalmente. Al menos así lo cuenta Plinio El viejo. ¿Le creeremos? La vergüenza es poderosa y tiene un impacto físico, pero, ¿puede ser fulminante? No estoy muy convencido. Para mí que Diodoro simplemente se alejó de la vida cortesana y se concentró en olvidar el suceso.

Otro filósofo griego que encarnó una metáfora mortal fue Crisipo de Solos (c.281 a.C.-208 a.C.), uno de los máximos representantes de la escuela estoica. Actualmente conservamos sólo algunos fragmentos de su obra, pero sabemos que Diógenes Laercio (s. III d.C.), historiador griego de filosofía, lo alabó diciendo “si los dioses usaran dialéctica, utilizarían la de Crisipo”. Diógenes nos da dos versiones de su muerte. Una dice que murió unos días después de haberse emborrachado con vino sin rebajar. La segunda dice que murió tras un ataque de risa. ¿Qué lo provocó? Un chiste que él mismo hizo. La risa es poderosa, no hay duda. Julián Casal, poeta cubano del siglo XIX, también murió de risa durante una cena con amigos. Dicen que una broma de los asistentes le causó una carcajada mortal. Los registros forenses explican su muerte a partir de una hemorragia por la rotura de un aneurisma. Aguas con reírse muy fuerte.

No sólo hay que tener cuidado con las carcajadas. “En boca cerrada no entran moscas”, dice la sabiduría popular. El dicho aconseja ser discretos, pensar antes de hablar, preferir el silencio a decir algo inútil, cruel o falso. Sin embargo, también tiene su lado literal y, nuevamente, mortal. El papa Adriano IV (1100-1159), cuyo nombre secular era Nicolás Breakspeare, fue el único papa de origen inglés de la historia. Dicen que después de haber dado un sermón muy acalorado en Roma, se detuvo a beber agua de una fuente del pueblo antes de llegar a su residencia.

Mientras saciaba su sed, una mosca entró accidentalmente a su boca y se atoró en su garganta. El pontífice murió poco después. Yo me pregunto, ¿de qué tamaño era esa mosca? ¿Era anticatólica? No lo sabremos nunca pues, lamentablemente, la mosca falleció también.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal

LEG

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana