Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

¿Toda falsedad es una mentira? Agustín de Hipon diría que no. Una mentira consiste en decir algo distinto a lo que se piensa, se cree o se siente. El mentiroso se define, según san Agustín, como un ser con doble pensamiento, doble corazón: uno que sabe la verdad y se calla y uno que conoce lo falso y lo expresa. De acuerdo con la definición de mentira de Agustín, es posible decir algo falso sin mentir. Puedo expresar algo que firmemente creo verdadero, pero que resulta ser falso. Esto no es una mentira, pues hay coherencia entre lo que creo y lo que digo. Sin embargo, no deja de ser falso lo dicho y, por ello, es necesaria la corrección. Cuando califico los exámenes de mis alumnos no les señalo sus mentiras, sino sus errores. Ahora, también es posible decir algo verdadero y mentir. Esto puede ocurrir si digo algo que es verdad, pero, en realidad, no sé de qué estoy hablando. La mentira estriba en creer que se conoce algo que en realidad se ignora y pretender sapiencia.

La mentira nos es odiosa; nos hiere, nos confunde, nos hace creer lo que no es. ¿Hay algo más pernicioso? Creer algo que no es distorsiona nuestra opinión sobre el mundo y nos llena de sombras. La mentira puede presentarse a modo de traición en nuestras relaciones sociales, pero también puede interferir con nuestra relación con nosotros mismos. ¿Alguna vez han conocido a alguien en negación? He conocido personas cuya relación depende de la negación: no ver que lo engañan, que están ahí porque les resulta útil, no ver que los maltratan. ¿Por qué? Ojos que no ven, corazón que no siente, dicen por ahí. Evitar el dolor es una de las grandes motivaciones humanas. La mentira, el autoengaño, la negación, sirven a este fin. Una mentira, una pequeña, carente de malicia, ¿puede ser correcta? ¿Alguna vez han dicho una mentira blanca? Quizás la hicieron para hacerle un bien a un amigo, como ayudarle a controlar sus nervios y subir su autoestima, o para hacer una broma bienintencionada.

Algunos filósofos, han dicho que por muy útil que pueda llegar a ser una mentira, no deja de ser un acto que corrompe el orden de las cosas, nuestra relación con ellas, con otros y con nosotros mismos. La verdad, en cambio, descubre ese orden e ilumina nuestra interacción. Tomás de Aquino pensaba que todos los hombres tendemos hacia la verdad. Alejarnos de esta tendencia sería corromper nuestra naturaleza. La verdad, señala Tomás de Aquino, puede entenderse como una adecuación de nuestro intelecto con aquello entendido o significado, o como el hábito de quien dice la verdad y por lo que decimos que alguien es veraz. Este último sentido haría de la verdad, entendida como veracidad, una virtud. Y no sólo una virtud entre otras, sino aquella que permite que nuestro entendimiento, voluntad y actos, estén adecuados con todo lo demás, es decir, con las cosas que pueden ser objeto de nuestro intelecto y deseo. Si se tiene este orden, entonces estaremos en condiciones de conducirnos correctamente.

Ahora, faltar a la verdad no sólo es expresar falsedades que se creen verdaderas, sino que también puede ser un acto vicioso con el que se busca engañar a alguien. Sin embargo, hay diferentes tipos de mentiras, unas más graves que otras. Tomás de Aquino distingue tres tipos de mentiras: aquellas que buscan perjudicar, las que buscan deleitar o hacer reír, y las que son usadas para hacer un bien o evitar un mal a otros. Los dos últimos tipos de mentira son menos culposos que el primer tipo, pues la búsqueda de un bien o un placer para el otro atenúan su falta a la verdad.

Si hay mentiras que pueden hacer un bien, ¿es lícito mentir a veces? Immanuel Kant respondería tajantemente que no, nunca es lícito mentir. ¿Por qué? Si una máxima de comportamiento fuera mentir, aunque fuera sólo para evitar un mal y procurar un bien, sería imposible la convivencia humana. Si todos tenemos permiso para mentir, ¿cómo podríamos confiar en lo que sea que nos digan los demás? ¿Qué sentido tendría relacionarnos? Sería indeseable una sociedad que explícitamente está llamada a mentir. Si un amigo llegara a nuestra casa a refugiarse y después llegara alguien que lo busca para matarlo, no podríamos responder “No se encuentra aquí” a la pregunta del matón sobre su paradero. Así de serio era Kant sobre la prohibición de las mentiras.

¿Qué harían ustedes? ¿Cómo salvarían a su amigo? ¿Lo entregarían? ¿Tenemos derecho a mentir? ¿En qué circunstancias?

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

 

EAM

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana