Las elecciones que vienen el 6 de junio son un tema sin salida. Incluso para esta columna, en donde no solemos hablar de política, pero en esta ocasión lo amerita, porque es un fenómeno que nos repercute a todos.

Tras tener un año tan quieto, el 2021 se está revelando como uno de recuperación, o por lo menos los inicios de ella.

Pero en general se sigue desconfiando de las autoridades, de quién controla los medios, la seguridad y a nuestros ciudadanos. Esto ha provocado un sentimiento de apatía entre la mayoría de los jóvenes.

Es un fenómeno curioso: en esta época digital, tenemos fuentes de información como nunca antes, pero o nos dejamos llevar por las más engañosas, o las ignoramos por completo.

La desinformación es un parásito que se multiplica a raíz de los medios digitales. Uno muy común para ser víctima de ello es WhatsApp, donde se comparten las clásicas cadenas sin ninguna fuente, o ninguna “fiel”, y el mensaje suele tener un carácter imperativo, juicioso y de mal gusto.

Otro fenómeno muy común es el dejarnos llevar por un encabezado. Cuando exploramos el feed de nuestras redes sociales, estamos expuestos a muchos artículos, memes, fotografías, entre otros muchos estímulos. Tanta información implica quedarnos sólo con la superficie de ella, sin realmente detenernos a discernir una nota. Leyendo sólo el título se pierde la comprensión del hecho, o la intención del autor de la pieza.

En otra trinchera tenemos la ignorancia. Pero ésta no surge únicamente por la pereza (claramente un factor), sino también por el carácter pesimista que suelen tener las noticias.

El conflicto vende. De hecho, uno de los estandartes para que una historia de Hollywood sea sumamente entretenida y venda es el conflicto.

Por supuesto, los medios periodísticos no son la excepción. Desgraciadamente, no es necesario inventar conflictos, porque el mundo está repleto de ellos, sobre todo en temas políticos.

Recordar la situación lúgubre de la actualidad, además de nuestra historia como una nación consumida por el uso incorrecto del poder, es inevitable. Ver a cualquier candidato, o a cualquier persona, incapaz de gobernar con principios hace que no queramos estar al tanto de los sucesos de nuestro país, creando como consecuencia un rol inactivo en los ciudadanos.

El consenso general de muchos jóvenes con los que he platicado durante estos días es ése: un escepticismo irremediable. Sentimos que nuestra voz no tiene fuerza, y que las cosas no cambiarán, principalmente por los tejes y manejes que ya conocemos de la corrupción, un sistema en constante operación, una bestia indomable.

Aun así, no hay peor batalla que la que no se hace. Si las cosas siguen sin cambiar, por lo menos, al ejercer nuestro derecho como mexicanos, podemos poner de nuestro lado para realmente traer esperanza al país y seguir con el ciclo del 2021 de renovación para mejorar.

 

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