Hay cosas que no deberíamos cuestionar, al margen de nuestras filias y fobias, o de la polarización inherente a esta actividad. Cosas de esas que nos unen en una misma idea, que establecen un suelo común. Va una: en efecto, en este país hay un gran caudillo. Van mis argumentos, los argumentos de alguien que, lo sabrán si me conocen, ha sido muy crítico:

Llegó del sur, donde logró cuajar una trayectoria importante desde abajo, sin hacerle ascos a lo humilde, y conquistó el centro hasta dos veces, la última ya como jefe supremo, luego de probar armas hasta en tres organizaciones, siempre como líder. Logró lo que pocos: conectar con las multitudes muy rápidamente, como nos recuerdan las exhibiciones masivas de los últimos días, con miles y miles de personas con banderas en alto y el grito en la garganta, aunque no sin dar muestras de una tenacidad a toda prueba, o sea, macheteramente, sin ceder al desencanto o al cansancio, ganándose a los seguidores uno a uno, en un trabajo minucioso, cotidiano, de hormiguita, con todo y que esos seguidores llevaban ya muchos años en la pelea, con el desgaste, la fatiga, las ganas de abandonar que eso conlleva. Ganó respetando las leyes, pero también hace pocos días, cuando bajó a dar la batalla por los suyos, furioso, entrón, nos recordó que por encima de las leyes está la justicia, aun cuando respetar esa premisa pueda costarte la descalificación. 

Lo antecedía una administración corrupta, varios de cuyos mandamases están o prófugos, o prudentemente desaparecidos, calladitos, en a saber qué lugar del mundo, o igual, calladitos, nada más que aquí en México, porque esto, tenemos a que reconocerlo, ya cambió. 

Puede que no tenga un cuerpo de revista, un cuerpo súper fit, pero ama el deporte y, cosa no menos importante, lo entiende a fondo. 

Tiene una virtud asimismo inusual. Es un hombre que no se mete mucho en los detalles de lo que hace su equipo en el terreno, en lo operativo, pero que, al mismo tiempo, sabe cuándo levantar la voz tanto para poner en orden a los suyos, como para motivarlos en pos de la causa común, del bien supremo. 

Muy importante: nos enseña la importancia de no claudicar y, contra toda proclividad al derrotismo, seguir en la pelea. 

Por favor, coincidamos en lo que dije al arranque de estas notas: México tiene un gran caudillo. Es peruano, se llama Juan Reynoso, y acaba de hacer campeón al Cruz Azul. Como caudillo, tiene una peculiaridad: trae felicidades verdaderas, y no promesas. 


  @juliopatan09