Hace unos días, me compadecí de la prima de un amigo. Él me dijo que su papá la había castigado sin teléfono celular por tener malas calificaciones. Cuando se quejó, ella le reprochó a su papá, diciéndole que le “había arrebatado su vida social”.

Lo que podría parecer un berrinche sin importancia, o exagerado, es una triste realidad de los jóvenes en estas épocas: la pandemia nos robó la capacidad de socializar físicamente, y sólo tenemos a nuestras redes sociales como salvavidas por el momento.

Mientras el plan de vacunación hace de las suyas y podamos regresar oficialmente a las reuniones, fiestas y ene cantidad de eventos sociales, tendremos que conformarnos con el glamour y el impresionismo del mundo cibernético.

A raíz de este fenómeno, surgen nuevas jerarquías sociales.

La primera son los mejores amigos, quienes, sin importar la distancia, han seguido en contacto mediante mensajes de texto a cada rato, etiquetándose en retos bobos o memes, así como teniendo la ocasional videollamada o, aún más exclusivo, la distinguida reunión presencial.

Luego están los amigos de los favores. No los frecuentamos, ni los buscamos mucho. Pero sabemos que tienen una habilidad especial u obtuvieron alguna oportunidad dentro de nuestro rango de intereses. Entonces, estas amistades cumplen la función de cumplir esos favores: darnos el consejo para entrar a x universidad, conseguir y trabajo o ayudar a resolver z trámite.

Finalmente, existen los “amigos”. Son los que algún día conocimos, o quienes eran nuestros más íntimos de la infancia pero ahora ya no, y decidimos seguirlos en Instagram, amistarles en Facebook, Twitter o LinkedIn. A ellos nunca (o casi nunca) les hablamos. Solo estamos ahí al pendiente de sí suben algo interesante de sus vidas en redes. Estamos en la víspera de su contenido porque puede transportamos, nos hace imaginarnos personalidades, vida social, aventuras en su trabajo o con su pareja.

Al final, estos tres estilos de amistad definen nuestra era social. Y mientras antes teníamos la interacción real en muchos espacios para contrastar el peso de estos perfiles perfectamente armados, con una visión bastante clara de su verdad, ahora solo nos queda la pantalla, el maniquí de la verdadera historia de estas personas, quienes no conocemos pero por alguna razón sentimos que sí, y solemos compararnos con ellas.

Por ejemplo, vemos a un “amigo” dar anillo en su story e inmediatamente compramos la idea de que esa persona es muy feliz, y su vida solo le traerá dicha de ahora en adelante. Da la impresión de ser alguien “con la vida resuelta”.

Mas toda verdad tiene sus matices. Es difícil poner marco de referencia cuando ahora, literalmente, las pantallas son nuestra vida social.

Entonces, sí, creo que a la prima de mi amigo verdaderamente se le acabó su conexión con el mundo con ese castigo, hasta nuevo aviso.

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