La pregunta del día es, ¿qué cosa dirían que es la que hace más feliz a nuestro Presidente? “El beis”, dirán unos. Y sí, es razonable decirlo: ¡ah!, esa emoción mientras narra el juego que juega él solito es tan –¿cómo decirlo?– elocuente… Pero no creo que esa sea la primera cosa en la lista. “La barbacoa”, pensarán otros. Ok, buen punto: como que el alma le regresa al cuerpo cada que suben esas vaharadas de borrego, ese furor del cilantro, ese incordio irresistible de la cebolla cruda. Pero no, no va por ahí. “Regañar a Krauze y Aguilar Camín en la mañanera”, apuntarán los más versados en asuntos intelectuales, no sin razón. Tampoco. Me temo que ninguna de esas tres respuestas es la correcta. Lo que más le gusta al Presidente, lo que más feliz lo hace, lo que nos permite verlo más regocijado, más alegre, más pleno, es gastar.

No hace falta remontarse muchos meses para constatarlo. En los últimos días, sin ir más lejos, se fue de shopping: anunció que desembolsábamos 600 millones de dólares para acabar de comprar una refinería en Texas y ponerla en manos de, nada menos, Pemex. Se entiende su emoción, ¿no? Imagínense lo que significa, para un amante de las paraestatales tener una ¡en el extranjero! “El cielo es el límite”, habrá pensado. “Quién sabe: igual les sobra una central eléctrica de combustóleo y le doy un gustazo a Manolo”.

  Tal fue la felicidad de nuestro Tlatoani que pudo pasar por alto un par de cositas:  que en realidad la inversión inicial fue de Carlos Salinas de Gortari, o sea de la encarnación del pecado en el catecismo macuspano, por ejemplo. O que los gringos se hayan tomado la transacción en plan de: “Yo te invito, güey. Me cayó una lanita inesperada. ¿Puedes creer que me compraron el fax que tenía en la bodega?”

Sí, al Presidente le gusta gastar, y gastar con la indiferencia hacia el dinero que solo podría mostrar un monarca francés. Por eso, en la misma semana, anunció que se iba a hacer pero a lo bestia, uno tras otro, lo que con Pemex o la CFE: “rescates”, que es la manera de nombrar una pérdida de 35 mil millones de dólares en la economía moral. Sip: por rescatar, va a rescatar, dijo, hasta a Telégrafos. Y no, créanme: no está pensando en una revolución tecnológica de la empresa para conservar el nombre y al mismo tiempo traerla al siglo XXI. No, compatriotas: “Se, stop, van, stop, a, stop, gastar, stop, una, stop, lanota”.

Pero no importa, porque la felicidad del Presidente, para citar a un clásico, no tiene precio.


@juliopatan09