Como oposición era entendible que Andrés Manuel López Obrador estuviera en contra de las instituciones y del sistema, pero ahora que él encabeza -como titular del Ejecutivo- a las instituciones y forma parte del sistema, se ha pasado provocando una y otra vez a las leyes y a la democracia.

Provoca al Legislativo y a la Iniciativa Privada con sus propuestas de Leyes que tienen que ser modificadas -casi en su totalidad- para no vulnerar la Constitución o bien que por las múltiples violaciones ya han sido controvertidas ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Provoca a los ministros de la Corte para que voten a favor de ampliar el mandato de su presidente, aunque esté prohibido por la Constitución que juraron proteger y respetar.

Provoca a la Fiscalía General de la República al ordenarle que investigue presuntos delitos electorales de candidatos y políticos incómodos para él. Pero que omita a los de su partido.

Y provoca al Instituto Nacional Electoral al violar todos los días las elecciones desde su púlpito, con recursos públicos y aprovechándose de su investidura de Presidente.

En 2006, cuando perdió la Presidencia de la República ante el panista Felipe Calderón, López Obrador cerró la avenida más importante de la Ciudad de México y tomó el Zócalo capitalino por meses; culpó a las autoridades electorales de fraudulentas y al Estado de intervenir en el proceso electoral.

Ante ello el discurso de que sería diferente que, como Presidente no usaría a las instituciones del Estado para atacar a sus adversarios, se escuchaba legítimo; sin embargo, ni su perorata de 12 años evitó que cayera en la tentación y actuara igual o peor que los expresidentes a los que antes llamaba “mafia del poder” y hoy llama la “mafia de la corrupción”.

Ahora, el Presidente del pueblo ha mantenido cerrado el Zócalo capitalino y, el Palacio Nacional donde vive y despacha, lleva meses enrejado para impedir que lleguen las protestas.

Ahora, el Presidente demócrata ataca a las instituciones electorales e interviene abiertamente en las campañas políticas usando los recursos públicos para denunciar los presuntos delitos electorales de los adversarios de su partido; a pesar de que los candidatos de Morena han caído en las mismas prácticas que acusa.

Peor aún, ahora el Presidente que se dice maderista, ha comenzado a allanar el camino para justificar su “no reelección”, pero sí extensión de mandato porque aunque esté “chocheando”, la justificación perfecta será: que el pueblo lo pide.

Y en Pregunta Sin Ofensa:

El Presidente mandó al carajo el estilo demagógico, hipócrita y espectacular de los “conservadores” para justificar que no ha visitado a los heridos de la tragedia en la Línea 12 del Metro; pero sí montó un show musical demagógico y espectacular el pasado 10 de mayo en Palacio Nacional. ¡Al carajo: su indiferencia, señor Presidente!

 

  @aguilarkarina