Ante todo cuestionamiento sobre su posible despido, el común de los directores técnicos suele responder con una trillada frase: “en esta profesión debemos vivir con el equipaje listo”.

Eso se extiende a más órdenes como, por ejemplo, si sus hijos han de ser registrados para el siguiente curso escolar en esa ciudad, si una nueva mudanza se avecina, si otra vez hay que buscar casa, médicos, vida social y demás.

Circunstancia tan habitual para el quien es entrenador de futbol que sorprende en las muy contadas excepciones. Durante treinta años, en México ha existido una.

Contrario al grueso de sus colegas, Ricardo Ferretti no sabe lo que es abandonar un torneo a la mitad ni asumir el mando de un equipo a medio torneo. Antes de pensar que por esa atípica estabilidad el Tuca ha destacado tanto, valdría la pena comprender que es a la inversa: porque garantiza tantos éxitos es por lo que ha disfrutado de esa estabilidad.

Como futbolista le tocó iniciar en Botafogo al lado de algunos de los reyes del balón de México 1970 (los irrepetibles Jairzinho y Gerson), aunque ese muchacho italobrasileño se desarrollaría a la sombra de su hermano, el gran goleador Fernando Ferretti.

Eso le llevó a buscar, con 23 años, una oportunidad en México. Así llegó al Atlas en 1977, con tan mal inicio que los rojinegros descendieron en tiempos en los que los extranjeros no tenían cabida en segunda. Sin acomodo en la máxima categoría, dejó de viajar de vuelta a Río de Janeiro sólo porque no le alcanzaba para el boleto de avión. Empobrecido y rechazado, suplicando una ayuda que de ningún sitio llegaba, durmiendo a la intemperie ante la embajada brasileña en la capital, todo cambió cuando Pumas le dio su segunda oportunidad en México. Entonces comenzó un periodo mayor a cuatro décadas en el que año con año, temporada a temporada, Ferretti siempre tendría trabajo (o dicho mejor: siempre merecería tener trabajo).

Trece años después se retiraba anotando el golazo de la coronación de Pumas ante América. Por detrás podía ver con incredulidad cuanto había pasado gracias a que nadie tuvo la gentileza de completarle para comprar su boleto. Por delante no podía sospechar lo que se avecinaba.

Personaje pintoresco, malhablado, explosivo, corajudo, formador de los que hacen una diferencia en sus dirigidos, a ratos constituyéndose como voz de la conciencia del futbol mexicano (llamándole a las cosas por su nombre, apuntando firme hacia las no pocas llagas de nuestra liga), a ratos gracioso y entrañable charlista, resulta imposible perpetuarse de semejante forma sin ser criticado. Si por la tendencia defensiva de sus equipos, si por no sacar mayor provecho de planteles tan poderosos, aunque ante cada crítica es posible enumerar diez veces más halagos.

Quizá por saber que él era el único del medio que no vivía con el equipaje listo, Tigres permitió que se filtrara desde semanas atrás que el Tuca se iba. Lo que sigue en su camino es una incógnita. Común para el resto de los estrategas, raro para él, pero Ricardo Ferretti hará lo que le plazca: aquello de no poder decidir terminó en 1978, cuando la providencia le sonrió dejándolo varado y sin regreso posible a Brasil.

Twitter/albertolati

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