Primero les pasó a los diseñadores: antes, crear un logotipo eran palabras mayores, se contrataba un despacho de diseño que conceptualizaba, luego se formulaban un sin fin de ideas gráficas, opciones, colores y formas. Se gastaban carretadas de dinero; al fin y al cabo, cada cosa se hacía a mano por equipos de especialistas. Había que trazar, colorear, iluminar, recortar…

Entonces llegó el photoshop y se fue democratizando la cosa, se volvió más barato, accesible. Las carreras de diseño gráfico se inundaron. Y cómo no, si de repente, de ser una profesión rara y exclusiva, ahora resultaba que todo necesitaba ser diseñado.

El mundo requería imágenes efectivas que comunicaran ideas. Las herramientas y la necesidad iban de la mano, no sé si una cosa haya llevado a la otra, pero claramente hubo siempre una relación directa y aún hoy en día, el diseño no pierde un ápice de importancia. Sin embargo, el trabajo humano, las herramientas, la capacidad de diseñar algo que comunique se ha vuelto moneda corriente, se ha comoditizado. En internet puedes contratar un diseñador que te haga un logo por cinco dólares o un software que te lleve de la mano para hacerlo tú mismo.

Luego les pasó a los fotógrafos, lo mismo. Necesidad y demanda del mercado por imágenes; abaratamiento de las herramientas, tsunami de tecnología, cámaras digitales capaces de crear fotos cada vez con más resolución; del anticuado rollo fotográfico que debía ser revelado en un costoso y lento proceso pasamos a la inmediatez. Incluso en nuestro celular. Fotos, imágenes, todo el tiempo.

También, por supuesto, les pasó a los músicos. ¿Recuerdan Napster? Vaya debacle, los discos se dejaron de vender, la música la teníamos ahora todos, no en un disco de 10 canciones que te vendían por un precio infladísimo, sino en un dispositivo con miles de ellas. La industria tuvo que inventar nuevas maneras, relanzar los conciertos en vivo, festivales, lo que fuera. Titanes cayeron. Las estrellas de la música se volvieron todos, cualquiera lo podía hacer. YouTube+Talento=Justin Bieber. Se acabaron los gatekeepers.

Y claro que sí, también nos pasó a los cineastas. Cuando entré a estudiar cine era una carrera casi secreta. Un par de universidades en México tenían la opción a la que era prácticamente imposible entrar, aplicaban un millar, y al final aceptaban a 15. Y cómo no, pues, ¿para qué se necesitarían tantos cineastas? Pero la tecnología y la sociedad tenían otros planes: las cámaras se abarataron, el lenguaje cinematográfico se democratizó de la misma manera. Poco a poco la tecnología nos alcanzó y pasamos de los presupuestos millonarios para filmar cualquier cosa, al video de tu gato hecho en tu celular visto por millones de personas o los tutoriales de Facebook, o las películas independientes hechas en casa por unos pocos pesos.

Claro, dirás, eso nos pasó a los plebeyos, artistas e irredentos soñadores. Pero en el giro más insospechado, en la parábola más grotesca y fantástica, en la vuelta de tuerca que no pudieron haber previsto nunca ni las mentes más creativas, ni en la ciencia ficción siquiera (que yo sepa), les llegó el turno de enfrentar este torbellino de democratización por vía tecnológica nada menos que a los bancos, sí, a los que controlan el dinero; ésos, los que viven ocultos en sus torres de cristal con su larga mano que lo controla todo (o al menos controlaba).

Abran paso a DOGECOIN, las criptomonedas están aquí. Y si la historia nos sirve de moraleja, agárrense, que esto va en serio.

 

@pabloaura