Imaginemos que un jeque del Golfo Pérsico negociara con la Confederación Brasileña de Futbol para adquirir una porción de la selección verdeamarela. O que un grupo de inversionistas chinos comprara el Dream Team de basquetbol de Estados Unidos. O que un oligarca ruso se hiciera del equipo keniano de atletismo –o de la delegación olímpica completa del país de su elección y presupuesto.

De esa magnitud es el reciente anuncio al que hoy nos referimos. Una noticia cuyas implicaciones y consecuencias podrían ser incluso más explosivas para el medio deportivo que la frustrada Superliga europea: la selección neozelandesa de rugby, los celebérrimos All Blacks, desean vender parte de sus acciones a una empresa estadounidense.

Las 26 uniones provinciales de rugby de ese país, propietarias y gestoras de la federación local de ese deporte (la NZR, New Zealand Rugby) han aprobado la venta del 12.5 por ciento a la firma Silver Lake a cambio de unos 276 millones de dólares. Para que tan inédito movimiento se consume ahora hace falta la anuencia de la asociación de jugadores, quienes en principio se oponen al movimiento de modo tajante.

Sin que resulte sencillo hacerlo, de entrada dejemos de lado lo que representan los All Blacks, con diferencia el producto neozelandés más conocido en el mundo; esos que empiezan todos sus partidos con el ritual maorí del Haka y atraen más multitudes que nadie al rugby; esos que, como ningún otro equipo nacional, son pilares de una cultura, de una identidad nacional, de una tradición, máximos embajadores de su patria.

Pido dejarlo de lado porque su eventual venta significaría que el último reducto deportivo no comprable dejará de serlo. Por dar ejemplos, quince de veinte clubes de la Premier League están en manos extranjeras (de tal forma que el Manchester United es hermano de los Bucaneers de Tampa y el Liverpool de los Red Sox de Boston); la Fórmula 1 pertenece al conglomerado Liberty Media, a su vez poseedor de los Bravos de Atlanta; han nacido clubes-estado como el París Saint Germain a nombre de Qatar y el Mánchester City de Abu Dabi, instrumentos idóneos de poder suave y maquillaje de regímenes. La tendencia marca con claridad que ese es el destino de los principales equipos, ligas y hasta jugadores.

Con lo que no podíamos contar era con que las selecciones nacionales se animaran a la subasta. Mirándolo con perspectiva, acaso la Asociación Argentina de Futbol (AFA) así logre poner fin a su nefasta gestión y perpetua bancarrota; puesto a esto, por qué no, una albiceleste propiedad de un millonario en Singapur o Malasia, nada de eliminatorias en el Monumental de River, a partir de ahora la localía del equipo de los argentinos en pleno Kuala Lumpur.

¿Suena exagerado? Esa es la puerta que se abre con unos All Blacks vendidos al postor ubicado a dieciséis husos horarios en un rascacielos de Manhattan.

Twitter/albertolati

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