Tenía 7 años, o por ahí, y estaba haciendo la cola para entrar a ver E.T. de Steven Spielberg, con mi mamá y mi abuela. Seguramente era el cine Continental. Para los que no lo conocieron, fue un cine en los linderos de la Colonia del Valle, en la Ciudad de México, que tenía forma de castillo de Disney. En la cola vendían unas burbujas plásticas extrañísimas, que no he visto en ningún otro lugar, que se inflaban con un popote a partir de una pasta que brotaba de un recipiente de aluminio como de pasta de dientes. Las dichosas burbujas al final no eran nada ni servían para nada, eran como bombas de chicle, pero no eran ni siquiera comestibles. Por el contrario, me imagino que serían bastante tóxicas. Pero por alguna razón eran algo que a los niños nos atraía y queríamos que nuestros padres nos compraran, y de alguna manera era parte de esa mágica experiencia de ir al cine.

De esa tarde salí con el recuerdo de la que fuera mi película favorita de niñez, y que después vería y revería en un casete Betamax hasta que la cinta pasara su vida útil por enésima vez.

Una historia magistralmente ejecutada, los personajes genialmente dibujados con esmero y cuidado, Elliot, el protagonista era un niño más o menos de mi edad en aquel entonces, que tenía que resguardar a un adorable e indefenso extraterrestre que se había perdido en la tierra. Los antagonistas poderosos y temibles, esa fría cara de las agencias gubernamentales de USA estilo CIA o FBI. Una simbología compleja de capas, significados y referencias universales, capaces de hablar a un niño de la Ciudad de México o a cualquiera de los millones que han visto y disfrutado esa película a lo largo de los años. En fin, un clásico de Hollywood.

Otro sábado, probablemente un par de años después fui con mi hermana María y Angélica la chica que trabajaba en casa de mi papá ayudando en las labores domésticas, a ver “La niña de la mochila azul”, de Rubén Galindo estelarizada nada menos que por un muy joven Pedrito Fernández. Estoy casi seguro de que fue el cine Agustín Lara, en la Comercial Mexicana de Mixcoac. Recuerdo el momento que de repente, en un giro de la trama, cuando Pedrito ve por primera vez a la susodicha, empieza a entonar “La de la mochila azul” y mágicamente entra una invisible orquesta a acompañarlo, un poco fuera de sync (o sea que la pista de voz no concuerda al 100% con los labios en la imagen) pero para mi joven edad no dejaba de ser un momento mágico y que igualmente marcó mi niñez.

Acepto que probablemente ET es una película más lograda técnica y artísticamente, sin embargo, el cine, como pasa con los libros, los videojuegos, incluso la televisión, se convierten en parte de nuestra simbología personal. Por eso es indispensable que existan diferentes cines, que tengan espacios de exhibición y distribución. No porque el cine de Hollywood esté mal, sino porque también es necesario que tengamos algo que nos hable de más cerca.

Como dijo Luis Buñuel: “Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestro sentimiento, incluso nuestra acción. Sin eso no somos nada”.

@pabloaura