Adrian Trejo

La pregunta es si el Gobierno mexicano tiene miedo a los resultados que arroje la Prueba Pisa (Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos), que realiza la OCDE cada tres años.

México participa en dicha evaluación desde el año 2000 y no ha dejado de hacerlo desde entonces.

Ahora tuvo que venir desde París un extrañamiento para que la secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez, aclarara que México sí participará pero que lo hará hasta que los alumnos regresen a las aulas.

En el 2018, fecha de aplicación de la última prueba Pisa, al país no le fue bien.

La prueba examina las capacidades de los alumnos de 15 años, es decir, que terminaron o están por terminar su formación básica, en tres materias: lectura, matemáticas y ciencias.

En México, participaron en el 2018, 1 millón 480 mil 904 estudiantes.

En lectura, 55% de esos alumnos se ubicó en el nivel dos, es decir, que fueron capaces de entender un texto mediano y extraer algunas ideas.

Pero solo 1% -leyó bien- fue capaz de leer textos largos y sintetizar ideas.

En lectura México alcanzó 420 puntos cuando el promedio entre los 79 países que participaron en la prueba fue de 487 puntos; Estonia alcanzó la calificación más alta con 523 puntos.

En matemáticas 44% del alumnado alcanzó niveles mínimos de competencia y también solo 1% demostró mayor capacidad para la resolución de problemas.

Comparado con los resultados de la prueba Pisa de 2015, en el 2018 México avanzó 3 puntos en lectura, uno en matemáticas y tres en ciencias.

Pero esos resultados no le alcanzaron para salir de los tres últimos lugares en habilidades entre los países que integran la OCDE.

En el 2021 nos irá peor, seguramente, por el tema de la pandemia y porque el nuevo modelo educativo de la 4T no termina de cuajar.

Cierto, el escenario es poco alentador pero dejar de participar en la prueba sería un grave error pues impediría al país conocer cómo nos encontramos en calidad educativa respecto a otros países.

La prueba Pisa tiene la finalidad de compartir experiencias de éxito para replicarlas en países menos avanzados.

Ojalá se entienda así y no como un intento de colonización.

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En Querétaro hay desesperación de parte de la abanderada del PRI a la gubernatura, Abigail Arredondo.

La tricolor nomás no levanta y hasta su líder Paul Ospital reconoce que no sube ni al 4% de la intención del voto.

La ex regidora de la capital queretana tiene compromisos con inmobiliarias, incluso su esposo Javier Sandoval trabaja para una empresa del sector que tiene intereses en apoyar la candidatura de Arredondo.
No es un tema de convicciones sino de intereses por lo que quiere “Mover a Querétaro”.

No se sabe si ese movimiento implica el cambio de uso de suelo en el estado, aunque nomás sea por coincidencia.

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Nadie puede negar que la creación de Banco Azteca impulsó la bancarización de millones de clientes que habían sido ignorados por el sistema financiero tradicional.

Dos décadas después, el modelo de negocio de Banco Azteca ha
generado un creciente mercado de ahorro y crédito que ya reporta en el primer trimestre de 2021 muy buenos niveles de capitalización, liquidez, captación y cartera sana.

Durante los primeros tres meses del año, Banco Azteca incrementó 23% la captación (de 155,443 mdp a 190,614 mdp), un resultado nada desdeñable considerando la crisis económica que vive el país.

La institución se ha mantenido a la vanguardia en cuanto a modernización se refiere; fue la primera en introducir los datos biométricos del cliente para identificarlos y que puedan hacer sus operaciones.

LEG