Después de más de un año de que se decretaran las medidas que instituyeron la cuarentena provocada por el Covid-19, los datos son desastrosos. Según información de la Canacine, la asistencia a salas por parte del público en México se redujo en más de 80%. Se vendieron sólo 64 millones de boletos de cine durante 2020 contra más de 350 millones en 2019. Caímos cuatro lugares al pasar del cuarto al octavo lugar mundial en venta de boletos y nuestro país bajó del décimo al decimotercer lugar en cuanto a porcentaje de la taquilla mundial.

Sin embargo, las plataformas despegaron (más de lo que ya habían despegado): las horas de streaming aumentaron exponencialmente; los mexicanos consumieron más contenidos, películas y series de Netflix o Amazon, videos de YouTube y TikTok que nunca; por mucho.

El encierro nos acercó a nuestras micropantallas personales y esta vez incluso nos convertimos todos en cineastas, documentalistas y fotógrafos. La cantidad de canales personales se disparó, sin hablar del boom de la videoconferencia, que nos tomó a todos, incluso a los más avezados en tecnología, por sorpresa, como la nueva manera de hacer todo lo que antes implicaba interactuar en un mismo espacio con los demás fuera de nuestro núcleo más íntimo: desde la reunión familiar hasta trabajar, tener juntas o dar o tomar clases.

El glamur del cine, las cámaras, la iluminación, las inalcanzables estrellas, los crews y los presupuestos abultados cedieron el paso a la videollamada; al Instagram Story y al Zoom call desde la cocina; al perro o al bebé intrusos en la seriedad de una sesión del Congreso o un juzgado; la maestra que se queda dormida o el juez con cara de gato.

Ah y, por cierto, los cines ya reabrieron, hace mucho, de hecho, pero casi siempre están vacíos. Al parecer son razonablemente seguros; la circulación del aire y la distancia con los otros espectadores los vuelven un espacio con riesgo menor. Ante este cambio de paradigma, el viejo ritual de juntarse con decenas de desconocidos en una sala oscura a compartir imágenes y sonidos cuidados y pulidos meticulosamente hasta crear una obra cinematográfica y una experiencia de catarsis colectiva, parecen algo del siglo pasado, o del año antepasado, para ser más exactos.

¿Lograremos reconectarnos con esos viejos rituales? ¿Encontraremos tiempo entre nuestras videollamadas y podcasts para desplazarnos a una sala de cine? ¿Sucumbiremos ante la comodidad del streaming de las series y películas siempre disponibles en nuestras pantallas personales?

El cine no morirá, la necesidad de contar historias seguirá vigente. La industria necesita las salas llenas. Para los cineastas mexicanos es imperativo contar con la posibilidad de estrenar sus películas, ya sea en circuitos independientes o pomposos estrenos comerciales, en pequeñas o grandes salas y cadenas. Cuando tú vas al cine aportas, con unos pocos pesos, porque la mayoría se va a los distribuidores o exhibidores (pero eso es otro tema), a que los creadores, escritores, actores, fotógrafos, maquillistas, peinadoras, iluminadores, sonidistas y las miles de familias que viven de esta profesión, tengan una razón para levantarse en la mañana a hacer su trabajo.

 

                                                                                                                                                       @pabloaura