Siempre existirán dos maneras de corregir un desbalance económico: la más accesible por sólo depender de uno mismo, radica en disminuir gastos; la más compleja por recargarse en más variables, exige ingresar mayores montos.

Los doce clubes que han anunciado el lanzamiento de la Superliga europea apuestan, claramente, por la segunda de estas opciones. Nada de escatimar en el pago de traspasos de 200 millones de euros, nada de bajarle a las nóminas con cracks que ingresan 30 millones al año, nada de dejar de repartir comisiones absurdas entre representantes e intermediarios, nada de emprender un camino más austero en sus proyectos (vean cómo será el nuevo estadio del Real Madrid o a lo que apunta el llamado Espai Barça), nada de apretarse el cinturón.

Ellos conciben que la economía del futbol está en riesgo y por ello deciden fundar un certamen en el que sean juez y parte, organizadores y participantes, inversionistas y beneficiarios.

Florentino Pérez, presidente del proyecto, explicaba el lunes su concepción: para que los demás equipos se beneficien nada mejor que esos doce tiburones gastando a granel y que sus migajas se repartan (como solucionar la desigualdad social multiplicando el patrimonio de los millonarios, a fin de que reboten a los pobres algunas monedas de sus bultosos negocios).

Absurdo, aunque de ninguna forma sorpresivo. Una ruptura de semejante tamaño no se consuma de la noche a la mañana. Para llegar a este punto en el que FIFA y UEFA han amenazado a los equipos más poderosos del planeta con inhabilitar a sus jugadores de Mundiales, Eurocopas y cuanto tenga que ver con selecciones nacionales, antes tuvo que suceder demasiado.

Los clubes están fastidiados al saber que ellos arriesgan el verdadero dinero de este deporte. Ver a la FIFA contando ganancias por billones en un Mundial jugado por piernas de su propiedad, los tiene hartos. Máxime si esas piernas se lesionan cuando ni siquiera están jugando con el escudo que los compró.

No lo dudemos, UEFA y FIFA fueron por demás soberbios. Monopólicos. Acaparadores. Tiránicos. Sin embargo, los doce disidentes apuntan en similar dirección, sólo legitimados por su riqueza, vitrina de trofeos, afición global y egolatría.

Limitar tres cuartas partes de los cupos en los certámenes europeos a los mismos de siempre representa un golpazo para toda la estructura del futbol. Adiós a la aspiración para equipos cenicienta de ligas fuertes y equipos grandes de ligas débiles. La Europa que se planteaba para todos, unida bajo los acordes del himno de la Champions, apunta a ser para muy pocos al margen de esos mismos tiburones que se aseguran competir sin falta. De por sí, por su potencial económico, los mismos solían acudir. Hoy, sin importar lo que suceda en su liga, igual desean garantizar esa especie de derecho feudal.

Y es que ven en el futbol su feudo. Y es que ven en los demás equipos sus lacayos. Y es que ven en la afición su propiedad.

De tanto jalarse, esa cuerda tiende a romperse, pero después a pegarse. Los doce rebeldes y la UEFA están condenados a entenderse.

 

                                                                                                                               Twitter/albertolati

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