Llegó el momento. Iniciaron las campañas rumbo a la elección del 6 de junio. En esta se disputarán más de 21 mil cargos a nivel nacional. Pero la batalla más importante será por las 500 diputaciones federales, ya que ahí se definirá si el bloque legislativo de López Obrador conserva la mayoría calificada (66% + 1) que hoy le permite cambiar la Constitución, o si la pierde.

 

Pero más allá de números, ¿qué está en juego en términos de país? Ni más ni menos que los límites del poder presidencial en México; o, en otras palabras, la viabilidad del sistema político post-año 2000. Las opciones son dos: o el bloque obradorista mantiene o amplía su mayoría y se confirma el regreso del híperpresidencialismo—ese que desechamos hace 21 años—, o la ciudadanía le otorga más curules a la coalición opositora PAN-PRI-PRD, apostándole a los balances y a la estabilidad política.

 

Si ocurre lo primero, México, probablemente, entrará en una etapa de mayor polarización. ¿Por qué? Por qué el presidente se sentirá reafirmado por la ciudadanía y con el “visto bueno” para continuar lo que ha hecho hasta ahora: atacar instituciones, opositores y periodistas; tirar dinero en proyectos torpes y caros; y seguir solapando la corrupción de sus aliados. Por lo mismo, el diálogo gobierno-oposición sería una de las principales víctimas en este escenario. Ambos bandos tendrían incentivos para romper la relación bilateral.

 

Si ocurre lo segundo, el presidente podrá hacer el berrinche que quiera, pero ya no podrá cambiar la Constitución tan fácilmente. Esto dará un respiro a los otros Poderes y organismos del Estado diseñados para limitar el poder presidencial. Yo le llamo un “efecto de arrastre”: si estos saben que el Jefe del Estado ya no los puede castigar o amenazar modificando la Carta Magna, están menos sujetos a los caprichos de Palacio Nacional y, por ende, podrán aplicar la Ley sin un sesgo pro-gobierno.

 

Para mí y para millones más, la elección es clara: después de casi 3 años de improvisaciones, el país necesita balances y estabilidad. Pero eso sólo va a ocurrir si votamos por los partidos de la coalición Va por México, PAN, PRI o PRD. Lo sé, estos partidos tampoco son angelitos. Sin embargo, la democracia—por lo menos la real—siempre ha sido elegir entre opciones imperfectas.

 

Cierro este texto con una invitación: si te preocupa el mal estado del país, apoya las campañas de Va por México. Únete a sus recorridos, acompaña a sus candidatos, comparte sus propuestas en redes sociales, y convence a tus cercanos de votar por PAN, PRI o PRD el 6 de junio. Proteger la transición democrática que México logró a finales del siglo pasado—y a sus órganos garantes, como el INE—hoy está en nuestras manos. Pero dentro de poco podría dejar de estarlo. Nunca más un país de un solo hombre. Nunca más.

 

@AlonsoTamez