Antes del terremoto de 2017, el panteón de San Fernando contaba con pocos visitantes pese a ser, desde 2006, un museo de sitio en la colonia Guerrero, en el corazón de la Ciudad de México; en cambio, hoy la tranquilidad que acompaña el descanso de los muertos se rompe por el sonido de martillos y las voces de los obreros que trabajan en la restauración del lugar.

Este panteón es histórico, pues en él aparecen cada ciertos pasos personajes cuyos nombres se encuentran en los libros de historia de México, principalmente de la etapa que hoy el Gobierno en turno ubica como la “segunda transformación del país”.

Al entrar, justo a la derecha, está la que fuera la tumba del general y expresidente Miguel Miramón, la única en todo el recorrido rodeada de escombros y materiales de construcción, como si al destino ingrato no le bastara el que fuera fusilado al lado del emperador Maximiliano en el Cerro de las Campanas (1867), al final de la Intervención Francesa.

Sin embargo, sus restos ya no están aquí, sino en la catedral de Puebla, a donde fueron llevados a petición de su esposa… tras el entierro en San Fernando de quien lo mandó fusilar.

Otro que ya no está es Ignacio Zaragoza, el héroe de la Batalla del 5 de Mayo (1862); él se encuentra hoy en un moderno mausoleo construido entre los restos de los fuertes de Loreto y Guadalupe, en la ciudad que defendió y que hoy se llama Puebla de Zaragoza.

La que fue su tumba, pequeña en comparación con la que hoy resguarda sus restos, se encuentra resguardada por las águilas de la República, siendo el tifus y no una bala el que acabó con su vida el mismo año de su victoria.

Escondida en un rincón, en una esquina para la que es necesario alzar la vista, aparece un héroe de la guerra entre los liberales y conservadores (palabra muy utilizada hoy en día): el general Leandro Valle.

Su muerte es una historia de venganza, pues asesinado Melchor Ocampo, uno de los artífices de la Constitución de 1857 (que desataría la Guerra de Reforma), y pasado por las armas el general Santos Degollado tras fracasar en su intento de hacerle justicia, fue sobre Valle en quien recayó el manto de buscar la revancha.

A sus 28 años (el más joven de los generales liberales) partió de la Ciudad de México con fuerzas insuficientes y encontró su muerte a manos del general Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya, en el Cerro de las Cruces (1861).

“Hermanos todos. Voy a morir, porque ésta es la suerte de la guerra, y no se hace conmigo más que lo que yo hubiera hecho en igual caso; por manera que nada de odios”, reza la carta que escribió a su familia antes de fallecer… fusilado por la espalda.

Hoy sus restos tampoco están aquí, sino en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón Civil de Dolores.

Otro héroe más aparece a unos cuantos metros, éste de la Guerra contra Estados Unidos: Santiago Xicoténcatl.

Mucha polémica hay en cuanto a la historia del cadete Juan Escutia, sobre si se lanzó o no con la bandera tricolor desde los muros del Castillo de Chapultepec (1847) para evitar que el lábaro patrio cayera en manos del enemigo, pero de quien sí se sabe que salvó la bandera de su batallón fue el coronel Xicoténcatl.

Diezmados sus soldados en cruento combate a los pies del castillo, el coronel vio caer al abanderado y corrió a recuperar la bandera; herido de muerte, sus hombres lo recuperaron a él y así falleció, cubierto con la tela tricolor, aún más roja por la sangre de un valiente.

Sus restos, como uno se puede imaginar, ya tampoco están aquí, sino en el Altar a la Patria, junto con los de quienes, se afirma, son los seis Niños Héroes de Chapultepec, a los pies del castillo que defendieron.

Pero quien sí está todavía, quizá por la belleza de su tumba, es el Benemérito de las Américas, Benito Juárez, fallecido en 1871, mientras ostentaba la Presidencia de la República.

Y aunque es uno de los personajes favoritos del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, y un ícono de la llamada Cuarta Transformación, su tumba, como todo el museo, está cerrada al público desde 2017, tras el terremoto del 19 de septiembre.

Según la historia, fue su cuerpo el último en ser llevado al Panteón de San Fernando, tras lo cual éste fue clausurado y así, convertido en un lugar histórico, no sólo protegió las tumbas (aun sin restos mortales) de personas ilustres, sino de otros tantos que aún reposan ahí, protegido su recuerdo y las palabras dulces y tristes de despedida de sus seres queridos, muertos también hace varios años.

Al salir del panteón se termina la magia de un viaje al pasado, a un lugar conservado por el tiempo de un México que ya no existe; afuera, en la colonia Guerrero, vuelve el sonido de los automóviles, los indigentes durmiendo en las bancas del parque y las sexoservidoras tempraneras ofreciendo sus servicios.
Dos tiempos distintos, separados por barras de metal.

Un lugar donde el amor vence al olvido

Además de las tumbas de personajes ilustres, en el panteón de San Fernando se encuentran los restos de personas cuyo recuerdo ya se ha olvidado, pero que en algún momento fueron amados y venerados por sus seres queridos, quienes hoy también ya han desaparecido.

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Como la tumba de Dolores Argüelles y Anaya (1860-1862), de apenas de dos años de edad, cuyo epitafio reza: “La tierra tocó apenas con su planta, y viendo las espinas de este suelo, cual cándida paloma se levanta, para unirse al creador allá en el cielo”.

Otra es la de Teresita Rosas, quien murió en 1862 a los cuatro años nueve meses, y a quien su familia le dedicó: “Como temprana flor que agosta el hielo, murió la que era nuestro dulce encanto, cual ángel puro remontó su vuelo a la mansión divina del Dios santo”.

Otra es una tumba sin nombre, con fecha de 1871, y que aunque ahora el mundo ha olvidado quien descansa ahí, lo único que marca la lapida es “Tus hijas no te olvidan, madre mía”.

En cambio, una de las más icónicas de San Fernando es la de Dolores Escalante, prometida de José María Lafragua, cuyo epitafio dice: “Llegaba ya al altar, feliz esposa… allí la hirió la muerte. Aquí reposa”.

Su prometido, un político liberal, quien falleció años después, descendió a esa misma tumba y reposa con su amada en la muerte, ya que no pudo hacerlo en vida.

Sismo de 2017 puso en peligro al museo

En el Panteón de San Fernando se trabaja con prisa, pero con cuidado, debido a los daños que sufrió durante el terremoto de septiembre de 2017, que incluso puso en peligro su existencia.

“Especificamente aquí en el Museo los daños que provocó el sismo fueron grietas y fisuras, en los muros y en las cubiertas, y que eso provocó también después una serie de filtraciones que dañaron las vigas, que fue necesario en algunos casos retirarlas y reponerlas, y en otras hacerles una intervención para que pudieran resistir más”, destaca Isadora Rodríguez, encargada de Reconstrucción de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

Sin embargo, explica a 24 HORAS que los daños que motivaron el cierre del museo provienen de la iglesia de San Fernando, que da su nombre al panteón, pues “el contrafuerte del templo, que da hacia el panteón, en algún momento se corría el riesgo de que si ese contrafuerte se dañaba más o colapsaba, el templo colapsaba hacia el museo”.

Destaca que las restauraciones del panteón terminarán a finales de este mes, mientras que los trabajos en el templo concluirían a fines de junio, y “una vez que se arregle el contrafuerte esperamos abrir el museo”.

Por su parte, Xochiquétzal Rodríguez Horta, restauradora de la empresa Fausto Olivares, quien labora en el proyecto de reconstrucción, explicó que “basicamente el trabajo que hicimos fue identificar todos los daños que ya se habían registrado por parte de Cultura de la ciudad y resolverlos… se cosieron las grietas, algunas se inyectaron, dependiendo lo que requería el inmueble y después se comenzó a hacer la reconstrucción de aplanados.

La parroquia de San Fernando Rey está incluida en la lista de los 21 templos que integran el programa del Gobierno capitalino para revertir los daños estructurales que el sismo del 19-S produjo en recintos religiosos, trabajos que se realizan de manera coordinada entre la Secretaría de Cultura capitalina con la Comisión para la Reconstrucción de la CDMX y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
LEG