Día con día, machaconamente, lo vemos, lo oímos y lo leemos en los medios y nos lo presumen los funcionarios en redes, con harta foto y aplausos a manos llenas: que llegaron 28 vacunas de Sinovac, que ahí vienen otras 12 de Pfizer, que las Espuni ya merito, que estamos a punto de recibir hartas dosis de Astra porque ¡uf!, compramos un montón de todo, y luego las noticias insistentes, cotidianas, de que se vacunó a los mayores de 60 en x municipio remotísimo o x alcaldía.

 La verdad, la verdad cruda, es que la campaña de vacunación en México es un desastre, como casi reconoció el Presidente mismo: las dosis aplicadas son una nimiedad, un vasito de agua en el desierto, y lo son, no ya en comparación con Estados Unidos o Israel, sino con un puñado grande de países latinoamericanos. ¿A qué desierto me refiero? Al de la enfermedad. Al de las muertes, que, mientras nos descuidamos con otros asuntos, se acumulan sin tregua. Porque esos números, en cambio, no tienen nada de ridículos.

Según el de por sí dudoso informe de la Secretaría de Salud previo a esta columna, 866 personas murieron en 24 horas por el maldito virus. Son muchas menos que las mil 803 reportadas el 21 de enero, pero son muchas, sobre todo cuando hemos llegado a un acumulado oficial (el verdadero es muchos más grande) grotesco, infame, de algo más de 190 mil, sin que haya ni media consecuencia para los responsables del lado federal, con el convaleciente Hugo López-Gatell a la cabeza. Si tengo que apostar, no las habrá. 

El Presidente sabe que navega feliz hacia las elecciones intermedias, su preocupación real, con esa capacidad indudable para administrar los fracasos y vender esperanzas, sin importar la mortandad que era y es innecesaria, la insuficiencia de los hospitales cuando la crisis estaba en lo más alto, las mentiras reiteradas de que ya vamos de salida o el hecho incontestable de que ni compraron las vacunas que dicen que compraron, ni se molestaron en diseñar un método de vacunación adecuado. Porque no, no hay dosis ni cerca de suficientes, pero muchas de las que hay están en bodega.

La cosa es que conviene, urge recordarlo, entre tanto ruido con las cuatro vacunas que aplican cada día: nos seguimos muriendo. Y conviene recordarlo, sobre todo, porque el único recurso que nos queda es el que teníamos hace un año, cuando empezó esto: cuidarnos y esperar un milagro, algo así como que empiecen a llover jeringas. Porque estamos, sí, básicamente solos. Así que, repito, cuídense. En serio.

 

                                                                                                                                                     @juliopatan09