Y, al final, resultará que un año de posposición no habrá sido suficiente.

Si no lo ha sido para el común de las dinámicas sociales, ni para acercarnos a lo que antes de 2020 considerábamos la normalidad, ni para buena parte de las rutinas laborales o académicas, tampoco para presenciar u organizar eventos deportivos.

Cuando en marzo de 2020 se decidió posponer los Juegos de Tokio, algunas voces al interior de Japón abogaron por aprovechar la coyuntura para efectuarlos al inicio de la primavera, cuando la ciudad se ve pintada por la flor del árbol de cerezo, el sakura. Si no se agendaron los Olímpicos para esas fechas, que sería justo ahora, fue por cuestión de hábitos (para quien viaja a un certamen lejos de casa como para quien lo sintoniza en su televisor, existe la costumbre de realizarlo en verano). De ninguna forma, por pensar que el tiempo no bastaría. En ese instante no faltaba el que asumía que bien se podría superar la pandemia en un par de meses e inaugurar en julio, siendo la única problemática hallar sitio a las competiciones clasificatorias.

Sin embargo, el control de la pandemia ha resultado mucho más lento de lo que los no entendidos en ciencia hubiéramos sospechado. Un año atrás se encendía el fuego de la XXXII Olimpiada con parecida falta de certezas a la que nos atenaza en este instante.

Desde Japón ya se da por hecho que los Olímpicos serán sin espectadores presenciales extranjeros. Desde más allá de sus fronteras sólo podrán llegar atletas, entrenadores, dirigentes y periodistas que cumplan con los protocolos que se estipulen en unas semanas más: si vacunados, si a su llegada confinados, si prohibida su libre circulación por la ciudad o en transporte público.

Severo golpe al proyecto Tokio 2020. Si algo pretende un mega evento deportivo es el posicionamiento de una marca-país, a la par de la derrama económica a cargo de visitantes de fuera. Dos nociones que tienden a ser mínimas bajo las condiciones en las que estos Juegos se desarrollarán: aislados, sin convivio, sin intercambio, sin lucir su músculo tecnológico, turístico y cultural. No obstante, esa restricción podría servir para que los escenarios cuenten con cierto aforo, entendiendo que es mucho más sencillo controlar a asistentes locales que hacerlo con quienes arriben de cualquier latitud y que se evitaría el encuentro de cepas de cualquier sitio.

Algo similar podemos decir de la Eurocopa y Copa América también prorrogadas 365 días. Hoy, como en marzo de 2020, no parecen existir en Europa los elementos para un torneo que viaje por doce países ni tampoco por Sudamérica para uno que sea de manera conjunta en Argentina y Colombia. Mucho tendrá que acelerar y muy pronto en el ritmo de vacunación como para que en una u otra se permita el acceso de aficionados. A menos que la UEFA acepte la invitación británica a quedarse la Euro completa, asumiendo que en el Reino Unido se estima alcanzar antes cierta inmunidad.

Así que un año después del inicio del caos, hay vacunas aprobadas y colocándose por millones, pero de cara a los megaeventos deportivos del verano no estamos parados en un mucho más certero lugar. 

 

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