La historia de la luchadora La Vaquerita
Fotos: cortesía Para La Vaquerita, la lucha libre es su vida  

Las cuerdas frías y rígidas del cuadrilátero, colocado en alguna calle que aún luce desierta, listas para recibir a quienes las irán calentando, llaman la atención desde lo lejos: tapan la circulación, provocan que la gente tenga que rodear para llegar a su destino, pero, a la vez, generan la duda emocional de lo que podría pasar en él.

En el centro del ring es evidente que se dará el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, protagonizado por personajes de carne y hueso, algunos con máscaras que cubrirán su identidad, entre los cuales se harán presentes algunas mujeres gladiadoras, según anuncia el cartel arrugado a dos tintas que alguien observa con detenimiento; entre ellas Miss Aerobics y La Vaquerita.

Es Jalisco, el sol cae a plomo, los luchadores y la afición comienzan a llegar y aquella calle desierta comienza a iluminarse con vítores, máscaras, puestos de tortas ahogadas, refrescos y niños, muchos niños, que acaparan las “primeras filas” para ver a sus héroes.

“Teníamos que buscar una casa dónde cambiarnos, pues llegábamos de ‘civil’ a las calles en donde se hacían las funciones. No faltaba la señora que nos llamaba para ofrecernos su cuarto y baño para arreglarnos y salir de allí completamente transformados”, narra La Vaquerita sobre sus inicios en el difícil, pero gozoso, mundo de la lucha libre.

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Hoy, la gladiadora es una de las estrellas del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), sin embargo, no omite mencionar siempre que puede su origen, aquel de las funciones a ras de banqueta en su natal Jalisco, las cuales la ‘foguearon’ para, por ejemplo, poder presentarse en el ring de la Arena Coliseo, México y uno que otro de Japón.

De la lucha olímpica a los planos profesionales

“Inicié practicando lucha olímpica en Guadalajara, era complicado pues las competencias se regían por peso y en aquel entonces era muy delgada. No tenía idea de que existía la lucha libre profesional hasta que un día, por azares del destino, llegué a una función justo cuando salían las gladiadoras Zuleyma, María del Ángel, entre otras… Quedé tan sorprendida que a los 15 días ya estaba entrenando para poder subirme a un ring”, narra La Vaquerita.

Isabel, nombre de pila de la luchadora, enfatiza el apoyo que recibió de su familia y profesores (entrenadores) Gran Cochisse y Arkangel para dedicarse de lleno al deporte de los costalazos y de las alegrías efímeras entre la afición, en el cual inició de manera independiente, trabajando con distintas empresas y promotores, para después dar el gran salto.

“Cuando debuté profesionalmente en la Arena Coliseo de Guadalajara (1993), sustituyendo a una compañera que se había lesionado, recuerdo que me dieron la arrastrada de mi vida, tenía16 años y pagué el bautizo, como decimos nosotros, pero valió la pena pues pisar el ring de ese escenario es otra cosa”, confiesa emocionada la luchadora quien, poco después, decidió migrar a la caótica Ciudad de México.

El estrellato llega de la mano de una pérdida

Tras un receso ‘por cuestiones personales’, en el cual tuvo a su hija, su periplo en el mundo del deporte continuó en el centro del país, en donde de la mano del luchador Arkangel y el doctor Gustavo Zavaleta llegó a una de las empresas más importantes del mundo, el CMLL, en donde empezó a cosechar triunfos, pero también donde su carrera daría un vuelco de 360 grados al perder su máscara en un evento el cual se denominó “Infierno en el Ring”.

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Tras viajar a Japón en 2013 por tres meses, acompañada de su entonces pareja Zeuxis, La Vaquerita regresó lesionada de la rodilla y dolida, pues en una de las luchas estelares perdieron el campeonato Reina World Tag Team ante Aki Shizuku y Ariya.

En 2016, las otroras parejas terminaron “jugándose” las máscaras en un combate el cual se realizó dentro de una jaula de acero en la majestuosa Arena México, precisamente el llamado “Infierno en el Ring”.

“Perdí la máscara ante Zeuxis, una luchadora muy recia, dura. Fue muy complicado darme cuenta de que, de un momento a otro, mi máscara ya no me pertenecía. Me tuve que destapar ante mucha gente que me apoyaba para seguir con el duelo, pero con la mente hacia adelante para seguir en la lucha libre, conquistándola”, narra La Vaquerita.

¿Por qué seguir en la lucha libre?

La mujer guerrera, esa que se rifa el físico en el ring para sacar una sonrisa a la afición, un silbido y, porque no, hasta una que otra mentada, confiesa que labora en un trabajo completamente distinto a la lucha para mantener a su familia, pues “no alcanza”.

Ante un entorno difícil, de pandemia, de encierro obligado y de cierre de arenas, La Vaquerita afirma que no tirará la toalla pues la lucha libre es como una adicción que no puedes dejar tan fácilmente, aunque conlleve lesiones considerables.

“No dejaría este deporte que me ha dado la oportunidad de viajar y de conocer gente maravillosa. Amo la lucha, me he lesionado la nariz, la rodilla, me he lastimado el hombro y aquí sigo, al pie del cañón.

No cambiaría, por nada, el estar en contacto con la gente, entrar al ring de la Arena México con mi canción de fondo; estar en el vestidor, realizar el ritual para prepararse, escuchar los gritos de apoyo de la gente, de los niños, algunos de los cuales no ven como héroes… Es parte de mi lucha y lo seguiré realizando”, finaliza diciendo la, efectivamente, heroína de carne y hueso.

FF