Los gobernadores del PRI -que muchos años se sabían triunfadores, porque el “aparato” los apoyaba- están prácticamente derrotados.

Hace unos años iban confiados a las elecciones, porque los votos se pesaban, nunca se contaban; y lo importante era la voluntad del Presidente de la República que dictaba el guión desde Los Pinos. La opinión de la gente no contaba, sólo la del “gran jefe” y los grandes liderazgos de la región.

Todos cabían en el paquete y así la “familia feliz” vivía la gloria por generaciones. La oposición empujó duro, y no hubo más remedio que entregar la primera gubernatura. Fue para el PAN en Baja California. Ahí empezó la democracia en México.

Años después se vio a ríos de gente, hartos del Revolucionario Institucional, formados en las urnas. Les fueron a cobrar su frivolidad, la corrupción imperante y la crisis galopante. Ganó Vicente Fox Quesada. Sus resultados son otra cosa; pero de que cambió el rumbo, no hay duda.

Aunque gobernaba el PAN, el PRI seguía siendo una poderosa organización. Pero como no había “tatloani”, los gobernadores se convirtieron en dueños del tricolor local. Después de 12 años, Enrique Peña Nieto tomó el control de la otrora Secretaría de las Elecciones. 

Claro, que nunca fue lo mismo. Sabían que para controlar al México bronco tenían que compartir el poder y repartir el dinero.

Ahora los priistas están de capa caída. Los líderes del Revolucionario Institucional tienen la cabeza bajo la tierra, como políticos vergonzantes con el cráneo  bajo la tierra. ¿Y por qué se esconden? O porque saben que tienen cola larga o porque su aceptación y popularidad es nula.

Claro, hay honrosas excepciones, pero la mayoría están más preocupados de no ir a la cárcel y concluir su mandato sin contratiempos, que armando una estrategia para competir en las elecciones intermedias. 

En esta ocasión hablemos de los gobernadores que ya se van, y que en unas semanas perderán el poder y la firma en la chequera (porque como sabe usted amigo lector, la noche del 6 de junio, se convertirán en “apestados”).

Nos jura y perjura -todavía en una entrevista que nos concedió para nuestros espacios de televisión- el gobernador de Campeche con licencia Alejandro Alito Moreno, que ganará el PRI con Christian Castro Bello. Pero las encuestas dicen lo contrario. Por ejemplo, Massive Caller asegura que si hoy fueran los comicios, ganaría Layda Sansores por más de siete puntos porcentuales.

Carlos Miguel Aysa, gobernador sustituto, aunque es un personero del líder nacional del PRI, parece más un gerente o un director administrativo, que un verdadero líder en una de las zonas geográficas más golpeadas por la desigualdad. Claro, él no sabía que vendría la pandemia del Covid-19, pero nadie se equivoca al asegurar que su tibieza no le ayuda nada a la alianza opositora.

En Colima, el gran amigo de Luis Videgaray resultó más que gris. Otros dicen que nunca cumplió sus promesas y que abandonó a los amigos. Ignacio Peralta, quien ganó después de dos elecciones, tiene muy claro que le entregará el poder a Indira Vizcaíno. Su candidata, Mely Romero está en tercer lugar en todas las mediciones, y no más no crece.

Además lo que desea el exsubsecretario de la SCT de Peña Nieto es que ya acabe el mandato, porque entregará el estado con más homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes.  Es decir, ya quiere que le salve la campana electoral, y retirarse de la masacre.

A pesar de que Félix Salgado Macedonio no irá -eso parece- Morena triunfará en Guerrero. Héctor Astudillo, como buen priista, le dice la hora que desea el señor presidente López Obrador. Es un soldado más del titular del Ejecutivo, y no le importa que no sea tricolor. Baila al son que le toque el tabasqueño. 

Sabe perfectamente que Mario Moreno no tiene posibilidades, y él solamente quiere salvar su pellejo. 

En el caso de Sinaloa, el gobernador Quirino Ordaz Coppel es el Pepe Calzada moderno. ¿De qué le sirve estar bien posicionado en las encuestas de aceptación, si perderá por casi 15 puntos? Lo único que le importa es cerrar bien, y que sea visto en Palacio Nacional como un demócrata. Al puro estilo de Peña Nieto con José Antonio Meade, que nunca levantó.

En Tlaxcala, el gobernador Marco Mena sabe que no posee ninguna posibilidad de que llegue Anabell Ávalos; por eso hasta fue el primero que firmó el pacto por la democracia que propuso el Presidente de la República. Pasará a la historia como el primer tricolor entreguista, es decir, el primero que entregó las llaves del despacho, aunque intente engañar con que es un hombre que no se mete en las elecciones. ¡Pamplinas, lo que quiere es evitar la cárcel! ahí ganará Lorena Cuéllar.

En Zacatecas, Alejandro Tello ya no debe tener ninguna foto familiar en la casa de Gobierno, porque sabe que pronto tendrá que desalojarla. Es más, la gubernatura es ya de David Monreal, sin ni siquiera haberse celebrado la elección. Inscribir a Claudia Edith Anaya fue un mero trámite. 

Juan Manuel Carreras tenía la elección perdida, si el alcalde Nava iba de candidato de Morena, pero las cosas cambian con Mónica Rangel en San Luis Potosí, que tendrá un final de fotografía contra Octavio Pedroza.

Quien sí podrá competir dignamente es la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, quien además de bien evaluada, tiene un gallo que si cacarea. Aunque sigue ganando en las preferencias el exsecretario de Seguridad Pública del gabinete federal, El Borrego Gándara está a escasos cuatro punto de alcanzar al cercano colaborador de Luis Donaldo Colosio Murrieta, Alfonso Durazo.

Cómo ve usted, Carlos Miguel Aysa, Ignacio Peralta, Héctor Astudillo, Quirino Ordaz Coppel, Marco Mena y Alejandro Tello son los grandes derrotados de las próximas elecciones.

*Periodista, editor y radiodifusor

@GustavoRenteria

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