En sentido sintético, el término derecha está asociado a la ideología de quienes buscan mantener el statu quo y, por ende, es un concepto relacionado con quienes impulsan políticas conservadoras. Mientras tanto, la ideología de izquierda suele estar vinculada con ideas progresistas y de avanzada, encaminadas a que se alcance la igualdad. 

 

Esta descripción es una simplificación, pero permite entender el ambiente político mundial de la actualidad: las pugnas entre las fuerzas que buscan conservar las políticas, especialmente económicas, que han causado desigualdad y pobreza, y aquellas con anhelos reformistas, que pretenden generar condiciones de equidad y libertad. 

 

En América Latina, el siglo XXI ha sido testigo de las resistencias que gobiernos de derecha han ejercido para evitar que la izquierda partidista genere cambios duraderos, que puedan transformar de manera definitiva y positiva el futuro de las mayorías. Uno de los casos más icónicos es sin duda Brasil, donde Lula da Silva fue electo presidente en 2002, después de una larga lucha, y de cuyo mandato surgieron programas sociales como Bolsa Familia, que atendieron las necesidades de millones de personas que antes estaban olvidadas.

 

No obstante, la derecha brasileña intentó su regreso y lo logró en 2016, cuando de manera irregular la presidenta Dilma Rousseff fue destituida a través de una campaña orquestada desde los cotos de poder que aún mantenía la derecha partidista del país. Dos años después, en 2018, Lula da Silva fue encarcelado por supuestos delitos de corrupción y, aunque los cargos fueron desechados rápidamente y el exmandatario fue liberado, se trató de acciones que ejemplifican hasta dónde pueden llegar quienes buscan conservar los privilegios.

 

Estos riesgos también han sido denunciados por el presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien el pasado martes visitó el Senado de la República para emitir un emotivo mensaje de unidad, que nos convoca a establecer alianzas, con el fin de aprovechar el momento histórico actual de transición, tanto en Argentina como en México, para que América Latina dirija al mundo un mensaje tan contundente que logre hacerlo más igualitario.

 

La interminable pugna entre el pasado y el futuro se encuentra hoy más vigente que nunca. La crisis generada por el coronavirus ha demostrado que conservar el orden de las cosas no es una opción viable para el bienestar de la población. Es necesario profundizar las políticas sociales y cambiar el modelo económico por uno que favorezca la construcción de Estados de bienestar sólidos. En el caso de México, éste es el rumbo que más de 30 millones de mexicanas y mexicanos decidieron que tomara el país, pero al igual que en otras latitudes, las resistencias a la transformación siguen latentes.

 

Antes de ser encarcelado injustamente, Lula da Silva expresó: “los poderosos pueden matar, una, dos o tres rosas, pero nunca podrán detener la primavera”. Hoy, nuestro país es terreno fértil para que llegue la primavera, después de que durante décadas las políticas del antiguo régimen ocasionaron que la esperanza se marchitara. La polarización, producto de la radicalización de quienes buscan regresar al poder, intenta opacar este florecimiento, pero dentro de muy poco tiempo el pueblo de México tendrá la oportunidad de decidir si continuará con la implementación de políticas progresistas o si prefiere regresar al conservadurismo del pasado. 

 

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