En el menú de hoy, gachas de harina de maíz y verduras salvadas del vertedero. En este barrio pobre de Johannesburgo, las toneladas de productos sin vender, que acaban cada año en la basura, palían el hambre de quienes viven en la miseria.

Dlomo Nomaqhawe, de 39 años, devora su ración. La pandemia de Covid-19 en Sudáfrica le dejó sin trabajo y, por si fuera poco, un incendio redujo su casa a cenizas.

Ahora depende de la comida elaborada por el centro comunitario del barrio, en parte con alimentos que han quedado sin vender en el mercado de productos frescos más grande del país.

En Sudáfrica la pobreza se ha visto agravada por la pandemia de Covid-19. Sin embargo, en este país donde más de 11 millones de personas pasan hambre cada noche, un tercio de los alimentos producidos se tira, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Es decir, diez millones de toneladas de desechos.

A la hora del almuerzo, hombres y mujeres, a veces con bebés, vienen a buscar una comida gratis. Hasta mil 500 personas diarias desde la pandemia.

Según una investigación, el 47% de los hogares sudafricanos ya no tenían recursos para comprar comida en abril, el primer mes de confinamiento. Más de dos millones de personas han caído en situación de inseguridad alimentaria desde el comienzo de la crisis sanitaria, considera la oenegé Oxfam.

“Los más pobres son los que más sufren las consecuencias económicas”, explica Tracy Ledger, investigadora sobre seguridad alimentaria en Sudáfrica.

Reciclando vegetales

Las asociaciones llevan tiempo pidiendo un cambio en la legislación en Sudáfrica. Legalmente, la persona que produce un alimento es responsable de él, de modo que con frecuencia la gente no es generosa por miedo a una multa por haber dado alimentos “no aptos para el consumo”.

“Muchos agricultores, minoristas y hoteles no quieren regalar sus excedentes por miedo a un litigio”, explica Hanneke Van Linge, fundadora del grupo sudafricano de rescate alimentario Nosh.

Pero poco a poco, con los estragos económicos provocados por el covid, esta situación está cambiando.

En un rincón del enorme mercado City Deep de Johannesburgo, un olor a podrido se desprende de 500 sacos de repollo, que han puesto a un lado los inspectores de seguridad alimentaria.

Los voluntarios de Nosh intentan ser discretos.

“Quitemos las hojas podridas antes de cargar”, dice en voz baja Van Linge. “Si hay hojas de repollo que vuelan por todas partes llamará la atención”.

La activista convenció al vendedor de que les done el lote y montó un pequeño equipo para sacar la mercancía a escondidas, antes de que la guardia sanitaria intervenga.

Más tarde salvarán algunas batatas que han caducado.

A cierta distancia unas máquinas trituran cajas de aguacates estropeados y tomates blandos. Se meterá todo en un camión para transportarlo al vertedero.

“No puedo mirar”, exclama Hanneke Van Linge. Nosh ha logrado recuperar 880 toneladas de productos en los últimos diez meses, cuatro veces más que en 2019.

En un almacén, unos cocineros voluntarios lavan, seleccionan y cepillan las coles pochas. Bajo las hojas podridas, la cabeza es firme y blanca.

“La gente no sabe que puede salvar estas verduras para servírselas a alguien”, lamenta Jane Gqozo, de 43 años, una extrabajadora de un restaurante que colabora como voluntaria.

FRASE
“La gente tira comida que nos podría servir”, protesta indignada la directora del centro, Khetiwe Mkhalithi.

LEG