Con el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador hay pocas sorpresas. Muchas de las peores decisiones que ahora han tomado fueron adelantadas en las múltiples campañas del hoy Presidente.

Nadie se puede llamar al engaño con su visión retrógrada del sector energético o con su deseo de concentrar todas las decisiones políticas y económicas en torno a su persona. Eso lo adelantó.

Pero algo que sí debe doler a muchos de los que creyeron que la 4T era un cambio real, es el claro incumplimiento de combatir la corrupción y de ser un Gobierno claro, transparente y con honestidad valiente.

Del combate a la corrupción del pasado hay muchos fuegos artificiales mediáticos, pero no hay un solo condenado por esos presuntos delitos. Ahí tal parece que lo mejor es sí tener paciencia.

Ya viene esta primera escala electoral en junio y es totalmente predecible que van a revivir los casos más emblemáticos que los supuestos malos manejos de los sexenios pasados, porque eso gana muchos votos. Otra vez escucharemos hablar de Lozoya, de Collado, de Robles, de Videgaray y hasta de Peña Nieto.

Es difícil saber si habrá, ahora sí, acusaciones formales, procesos judiciales y hasta sentencias o las reservarán para la siguiente parada electoral de 2024.

Pero donde la decepción de aquellos que creyeron en la transformación debe ser mayúscula, y que tienen la capacidad de ver la realidad, es en el combate a la corrupción en esta administración.

La cantidad de señalamientos, muchos con evidencias contundentes, han llevado a lo mismo: a la justificación presidencial, al discurso simplón de que no son iguales, a la escusa de que son ataques de sus adversarios y a ni una sola investigación seria, real, de la corrupción de la 4T.

Y la nueva joya de la decepción llega con el Informe General de la Cuenta Pública de 2019 que presentó la Auditoría Superior de la Federación y la reacción del Presidente.

De entrada, las irregularidades presentadas en el primer año de la 4T no tienen comparación, ni siquiera con el primer año de Gobierno de Enrique Peña Nieto, a quien López Obrador usa como el ejemplo de la peor corrupción que haya enfrentado México.

La refinería de Dos Bocas, el Tren Maya, el Aeropuerto de Santa Lucía y la cancelación del Aeropuerto de Texcoco, los programas asistencialistas, y muchos más señalamientos de irregularidades por todos lados.

Pero lo peor viene con el intento de bloqueo a las auditorías de la cuenta pública por parte de la Secretaría de la Función Pública, cuando debería esa dependencia que encabeza Irma Eréndira Sandoval ser la principal interesada en la transparencia.

El colofón, que evita que los seguidores puedan argumentar que son los allegados los que pueden fallar, pero el Presidente nunca es la manera como López Obrador descalifica a la Auditoría Superior de la Federación, a la que tanto aplaudía cuando revisaban a otros Gobiernos.

El Presidente tiene otros datos, tiene una realidad alternativa a la de los números, a la de los recursos públicos auditados.

Esa, la falta de transparencia, la corrupción no combatida, debe ser una gran decepción para no pocos de sus seguidores.

 

                                                                                                                                   @campossuarez