Nadie olvida que hace 15 años, tras el fuerte accidente, salió corriendo y tomó un avión con destino a Canadá. El 19 de febrero de 2006, una explosión en la mina Pasta de Conchos, ubicada en la región de Nueva Rosita, en Coahuila, le arrancó la vida a 65 mineros; desde esa fecha, las familias de los trabajadores caídos no supieron nada más de Napoleón Gómez Urrutia.

Las imágenes de la televisión lo recuerdan: tan sólo unas pocas horas fueron las que estuvo Napito en aquellas tierras. Como siempre en su caso, había más preguntas que respuestas. La desesperación de los familiares hizo que el supuesto líder obrero saliera corriendo junto con su cobardía para no ser cuestionado, entre la prisa, resbaló, y ni sus guardaespaldas lograron evitar que fuera a parar a un charco. Desde ahí, por más que se lava, su cara y sus manos siguen manchadas de lodo.

Pero, ¿por qué le urgía escapar tras la muerte de los 65 mineros? ¿Por qué Napito huyó de sus responsabilidades? ¿Por qué no dio la cara a las familias ni a los demás trabajadores? Todo tiene respuesta.

Napito nunca se ha vinculado con los obreros, los trabajadores no son su prioridad, no tiene idea del trabajo y de las historias que hay en cada uno de los compañeros. Se sabe que no es minero y que no ha trabajado en alguna mina, pues heredó la silla de su papá.

Ese origen lo ha llevado a la indiferencia e incluso al desprecio por los mineros, de ahí que avalara que gran parte de los 65 trabajadores fallecidos en Pasta de Conchos no contaran con seguridad social. Los documentos dan cuenta de ello: Gómez Urrutia autorizó la contratación por una empresa de tercerización a cambio de dinero.

En pocas palabras, Napito salió corriendo de Pasta de Conchos porque autorizó que los mineros trabajaran sin las mínimas condiciones de seguridad, cedió las contrataciones a cambio de millones de pesos, dejando en el desamparo a los trabajadores. Napito es conocido por los empresarios del sector como “El padre del outsourcing”, es decir, por años fue el máximo impulsor de este tipo de contratación altamente lucrativa para él.

Cobraba mensualmente por cada alta que se daba en este esquema, se trataba de acuerdos en lo oscurito, muchos de ellos de palabra para no dejar evidencia, no así en los contratos de los trabajadores; a ellos, Napito les dejaba en claro que los emplearía un contratista y ellos aceptaban por necesidad. Napito nunca verificó ni revisó los contratos que avaló, sólo se limitó a cobrar por ellos.

Tras 15 años de ser el “Zar del outsourcing de la minería”, y con las manos aún llenas de lodo, Gómez Urrutia se hace el desentendido y se lanza contra esta contratación. Desde la curul que le regaló Morena en el Senado, ha sido el principal impulsor de una ley que acabe con el esquema, se ha rasgado las vestiduras al decir que no se pueden permitir más abusos hacia los trabajadores.

Napito no ha entendido nada, quiere acabar con el outsourcing y dejar sin sustento a millones de trabajadores; no ha comprendido que lo que se debe hacer es permitir el empleo y verificar que los contratos garanticen los derechos laborales y humanos.

El cinismo de este personaje es desmedido y ofensivo, se dice protector, luchador y hasta se siente justiciero. Del pasado no habla, le irrita, y es que para qué hablar de lo ocurrido, dicen, cuando por ningún lado te favorece.

Pasta de Conchos no sólo significa tragedia e injusticia, sino que es un ícono de la incongruencia del poder, y de la indolencia y cinismo de Gómez Urrutia.

 

                                                                                                                                  @CarlosPavonC