Martha Hilda González Calderón

¿Cómo escapar a mi imagen? Solo en mi semejante me trasciendo” eran los versos que Octavio Paz plasmó en su poema El Prisionero. Una invitación a pensar en el otro, en los otros. Estos versos nos recuerdan el saludo maya en donde se fortalecían los lazos de una comunidad –yo soy otro tú– y todos se procuraban porque se sentían parte de un todo.

En estos tiempos difíciles, una de las lecciones más importantes que nos ha dejado esta pandemia es la importancia del otro, de los otros. Su cercanía puede contagiarnos, pero también nosotros podemos ser portadores del contagio. En este equilibrio, aún solo para delinear los momentos y lugares en donde estamos en contacto con otras personas, estamos obligados a pensar en ellos, en nuestros más próximos, en el prójimo.

Esta pandemia ha azotado a hombres y a mujeres, a jóvenes y a personas de la tercera edad, a ricos y a pobres; si vemos con más detalle, podremos observar que son más los hombres, que las mujeres, contagiados. Que la enfermedad ha cobrado un mayor número de víctimas mortales, entre las personas ubicadas en el segmento de 45 a 55 años de edad y ha golpeado con mayor mano dura al sector informal que ha debido romper el confinamiento para ganarse la vida.

El mismo Fondo Monetario Internacional, FMI, ha advertido que la crisis ocasionada por el COVID-19, afecta más a quienes viven al día. Antes de la pandemia, la tasa de informalidad en México era del 56.1%. Las medidas restrictivas que limitaban la movilidad y el desarrollo de la mayor parte de las actividades económicas, particularmente del sector terciario, provocaron que este porcentaje disminuyera para incrementar con más de catorce millones de personas, la población económicamente no activa, (PNEA). Mujeres y hombres que no tienen ninguna actividad económica –de ningún tipo– ni están buscando obtenerla. Esta cifra ha empezado a disminuir debido a los meses que llevamos, pero en condiciones más extremas.

Aquí también generalizar resulta inexacto e injusto: ante esta nueva realidad, las mujeres han llevado la peor parte. Sufriendo acoso y hostigamiento en sus distintas actividades económicas. En muchos casos, teniendo que quedarse en casa de tiempo completo al cuidado de sus hijos y sufriendo violencia intrafamiliar.

Los índices de pobreza y de extrema pobreza han aumentado de manera alarmante. De acuerdo con el Colectivo Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, el 78% de la población no tiene ingresos, el 58% no tiene seguridad social y el 49% no tiene para la canasta básica. Debido a los impactos que ha desatado desde el año pasado esta pandemia, ya se están haciendo sentir las consecuencias como es el aumento de la pobreza extrema, trabajo infantil, entre otros.

El Papa Francisco, alguna vez se refirió a lo que él llamó “las periferias existenciales”, concibiéndolas como aquellas vidas que están en las fronteras de nuestras propias existencias. Tener conciencia de esas periferias nos da la oportunidad de intentar ponernos en los zapatos del otro, particularmente en los casos de aquellas personas que atraviesan situaciones complicadas. Vidas marginadas, marginados de nuestras vidas, que no han recibido las mismas oportunidades que la mayoría.

Esas periferias existenciales son la conciencia reservada al género humano, para darse cuenta que existe un ser semejante, fuera de nuestra propia vida. La “otredad” a la que aludieran en conceptos distintos, Octavio Paz y Umberto Eco.

En el marco de esta pandemia, se ha desencadenado una discusión sobre el manejo entre los sectores formales de la economía y los grupos en la informalidad, como si fueran rivales. Son comprensibles sus demandas: ambos sectores necesitan urgentemente seguir desarrollando sus correspondientes actividades económicas para sobrevivir, tanto las unidades productivas como las familias que dependen de ellas.

En las circunstancias actuales, la confrontación es lo menos que se necesita, porque al reconocernos como parte de los otros y tener conciencia del sentido de comunidad, estamos obligados a coincidir en la manera en que vamos a sobreponernos a esta crisis y salir más fortalecidos.

Los sectores informales están más expuestos a un potencial contagio, porque en muchos casos, no están respetando los protocolos mínimos para evitarlo. El que se sigan enfermando ha hecho, desafortunadamente, que se forme un círculo vicioso, en donde los servicios hospitalarios se han visto saturados, limitando la actividad económica considerada no esencial.

Muchos de los sectores formales que están autorizados a continuar con sus actividades productivas y algunos sectores informales, han respetado dichos protocolos. Desafortunadamente su ejemplo no ha sido multiplicado de manera consistente.

El reto es la apertura paulatina de todos y cada uno de los sectores productivos –formales e informales– respetando las medidas preventivas para evitar contagios. Que dichos protocolos se sigan observando en el transporte público y en los espacios domésticos permitirá que, poco a poco, los servicios hospitalarios dejen de estar saturados y volvamos a la normalidad.

Llegar a este punto de acuerdo, permitirá fortalecer no solamente nuestro sentido comunitario, sino hacerlo más resiliente. Reconociendo que todos tenemos un lugar y una misión que cumplir y que nadie tiene derecho de quitarnos la fuerza para seguir luchando por lo que creemos. Por supuesto, no es fácil. Hace falta tener altura de miras para analizar más allá de la propia problemática y un poco de modestia para ponernos en los zapatos del otro.

Pero las condiciones están dadas. Los sectores económicos, en su mayoría, están abiertos a que los protocolos que han construido y que el Instituto Mexicano del Seguro Social, IMSS, ha sancionado, puedan ser observados también por aquellas personas quienes, dentro de la informalidad, puedan tener las mismas medidas preventivas para tratar de atajar los contagios.

Pensar en las periferias existenciales, pareciera ser una asignatura obligada en los tiempos que nos tocó vivir. Es urgente tocar la problemática del “otro”; buscando conocerla para qué una vez conociéndola, podamos tener la posibilidad de apoyarla. Esta dinámica de actuación, en nuestro caso, pareciera ser un deber insoslayable. Construir programas de apoyo para aquellos sectores que han sido golpeados por la pandemia –ya sea por la pérdida de un miembro de la familia o de un empleo– es tarea del ámbito gubernamental, pero también es responsabilidad de todos.

Necesitamos la voluntad de los sectores económicos para la construcción de acuerdos que permitan trascender –en la emergencia– las diferencias entre sectores formales o informales, teniendo en cuenta que lo que nos ocupa es la sobrevivencia de las distintas actividades económicas y la disminución de la ocupación hospitalaria.

La salud es un derecho valioso que debe ser el elemento esencial en el análisis de la reactivación de cada uno de los sectores económicos y de los protocolos que surgirán de los mismos. Esta será seguramente la manera en que podremos salir de esta crisis. Hoy más que nunca estamos llamados a la solidaridad resiliente.

Cuando advertimos que nosotros somos los otros, las periferias existenciales cobran un nuevo sentido: son parte del centro de nuestra atención, porque en la medida en que el otro sea importante para la comunidad en general, su salud, su bienestar será parte de nuestro propio equilibrio.

Reconocer al otro. Trascender a través de nuestros semejantes, como lo escribió Paz. Si el otro nos provoca miedo, animadversión o desconfianza es un trabajo interno y externo que estamos obligados a realizar. Ya lo decía Juan Ramón Jiménez en su hermoso poema: yo no soy yo/ soy éste que va a mi lado sin yo verlo;/ que, a veces, voy a ver,/y que, a veces, olvido…”.

                                                                                                          @Martha_Hilda