El plan que imaginó el presidente Andrés Manuel López Obrador desde antes de iniciar su administración era que a estas alturas el nivel de satisfacción social, por los resultados de su Gobierno, le darían margen suficiente para garantizar la mayoría en la Cámara de Diputados y desde ahí, proponer cambios constitucionales más profundos para concretar su agenda de regreso al México de los años sesenta.

El eje del éxito que se planteaba la 4T era la propia guía moral de López Obrador. Eso, creían, era suficiente para acabar con el crimen organizado, para hacer crecer la economía hasta el 6% y para que los mexicanos se entregaran con devoción a la guía del que soñó con ser el mejor presidente de la historia.

Un plan de Gobierno sustentado en el pensamiento mágico del líder carismático, en lugar de tener una verdadera planeación estructurada, al nivel de un estadista, estaba condenado al fracaso y con la pandemia del Covid-19 y su pésimo manejo, peores han sido los resultados.

Hay una feligresía dispuesta a la fe ciega en lo que haga o lo que diga el líder que les vendió la tierra prometida. Pero hay amplios sectores de la sociedad que creyeron inicialmente en la posibilidad de una transformación que hoy claramente están decepcionados.

Y como las cuentas electorales ya no empiezan a salir, la 4T empieza una fase de radicalización para tratar de mantener todos los hilos del poder.

El primero que perdió el pudor fue el partido del Presidente. Morena ha tomado actitudes que hablan de una desesperación por la baja en sus preferencias.

Pero también desde el Gobierno federal se han tomado esas medidas sin tapujos, como hacer de la vacunación contra la Covid-19 un evidente acto de campaña encabezado por sus promotores electorales, que además sin esconderlo, los vacunan anticipadamente con las muy pocas vacunas que hay en México.

Las leyes electorales se cambiaron por presión del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador. Hoy esas conquistas de equidad electoral, elevadas a nivel constitucional, no son respetadas por el hoy presidente López Obrador. Y lo hace sin pudor y en abierto desafío.

No, las cosas no han salido como lo imaginó el líder de la 4T y su grupo político puede sufrir un descalabro electoral en junio próximo. Lo saben y es por eso que el camino de la radicalización es el elegido.

Los manuales de propaganda hablan de la necesidad de fabricar enemigos que puedan resultar comunes entre los gobernados. Recientemente ha elegido dos, el primero son las redes sociales, esas que solían ser benditas cuando estaba en los cuernos de la luna.

Y, el segundo, la próxima administración del Gobierno de Estados Unidos. Un lance arriesgado, porque de ese país depende, literalmente, la estabilidad económica y financiera de México.

En fin, veremos posturas cada vez más desafiantes del Gobierno de López Obrador, porque si se llegara a concretar un tropiezo electoral, la segunda mitad de su mandato sería mucho más compleja en sus planes de revivir el México del siglo XX.

 

                                                                                                            @campossuarez