Lo que permite el surgimiento del populismo es la debilidad de las instituciones, específicamente en el sistema partidario”, advierte el académico de la Universidad de Texas Kurt Weyland. La afirmación de este destacado investigador encuadra con lo que en estos días ha acontecido en Estados Unidos, hasta hace poco ejemplo universal en términos de democracia electoral.

El convulso epílogo de la administración Trump, sin duda el peor de los presidentes que esa nación ha tenido en uno de los momentos más críticos en sus más de doscientos años de historia, no es más que el corolario de una serie de sinrazones que han caracterizado sus cuatro años de Gobierno.

El populismo según Trump pasa por un desprecio hacia las instituciones y los instrumentos que de ellas se desprenden. Sobran los ejemplos en el terreno interno o en el plano internacional que ilustran a un Presidente saliente que, con arrogancia, ha pretendido desmantelar el orden establecido.

Lo acontecido el pasado miércoles en la capital estadounidense marcará un parteaguas en la historia de esa nación. En un fácil análisis, muchos han señalado que se trata de un hecho que los propios norteamericanos han propiciado en otros países en distintos momentos, una especie de cucharada de su propio chocolate.

Las cosas van más allá. Se trata de un atentado fomentado por el propio presidente Trump en contra de las instituciones de su país, de una especie de intento de golpe de Estado promovido por el Jefe de Estado. Esto podría quedarse en el terreno de la anécdota si no se tratara de un país que, quiérase o no, representa un peso fundamental para la estabilidad política, económica y de seguridad a nivel mundial.

Después de cuatro años de populismo a la Trump, el reto para el presidente Joe Biden no es menor. No le será fácil recuperar el prestigio perdido y unificar a una sociedad norteamericana que hoy se encuentra confrontada como resultado de la estrategia impulsada por su antecesor.

El camino que Biden habrá de seguir pasa por la recuperación de las instituciones, con una forma más ortodoxa de ejercer el poder y acompañado por un equipo de trabajo con mayor experiencia en el servicio público.

Es ahí en donde radica el desafío para México. Desplazados por Trump, los canales institucionales de diálogo bilateral habrán de ser recuperados por la administración entrante. De la compatibilidad que surja frente a esta nueva realidad dependerá el futuro de la relación entre los dos países, que jamás ha estado exenta de vicisitudes.

Las instituciones que tanto desdeñó han sido las que lo han echado del poder. En Estados Unidos, Trump fue derrotado por la ortodoxia y las formas clásicas de hacer Gobierno.

Segundo tercio. No, el presidente López Obrador no recibirá invitación para la toma de posesión de Joe Biden, como no habrá de recibirla ningún otro Jefe de Estado. El protocolo estadounidense establece que, para esa ceremonia, solo asisten los embajadores acreditados en ese país.

Tercer tercio. La agencia calificadora Moody´s establece que la recuperación económica de México llegará en 2023 y que los avances que pudiesen registrarse en este 2021 no serán suficientes para alcanzar los niveles que tenía hasta antes de la pandemia.

                                                                                                                   @EdelRio70