Martha Hilda González Calderón

Al entrar a las áreas aún abiertas al público en las Cuevas de Altamira, situada en la región española de Cantabria, lo primero que resalta son los colores ocres con que las figuras de animales y hombres fueron pintadas. Parte de la belleza de esta maravilla -que data 15 mil años antes de Cristo- son los colores rojos brillantes que usaron esos primeros artistas del Paleolítico.

El color rojo nos ha acompañado a lo largo de la historia de la Humanidad. El cinabrio era utilizado por los egipcios y romanos para decorar sus moradas, como lo atestiguan los restos hallados en las ruinas de Pompeya. Para los chinos, el bermellón o “rojo chino” es considerado como signo de vida y fortuna. En Teotihuacan se puede aún admirar los elegantes murales con los que eran decoradas las viviendas, donde el rojo ocupaba un lugar especial. La cochinilla fue usada para conseguir un rojo brillante. En Europa, este color llega a la paleta de los pintores renacentistas, de la mano de los alquimistas árabes. Y dentro del sistema solar, Marte es considerado “el planeta rojo”.

El color rojo siempre ha sido símbolo del poder, de la fuerza o la violencia. Es provocador, prohibido, excitante, seductor y a últimas fechas, ubicado en un semáforo epidemiológico, nos alerta de que el número de contagios se ha incrementado y desafortunadamente, también la muerte. Desgraciadamente, el color rojo se ha convertido en signo de irreflexión social.

En el último tramo de este año tan especial para nuestras generaciones, los rebrotes han teñido de rojo nuestra realidad intimidada, obligándonos nuevamente a limitar la movilidad social y las actividades económicas.

El Gobierno Federal junto con los gobiernos del Estado de México y la Ciudad de México, han debido de tomar medidas urgentes para contener el aumento del número de infectados y que la capacidad hospitalaria no se desborde. Todos y todas hemos visto cómo el número de contagios se ha multiplicado y cómo la sombra de la muerte es cada vez más cercana.

El no observar las medidas preventivas, no solo pone en riesgo a quienes las desdeñan, sino a todo su entorno –en el caso de ser portadores del virus, sin mostrar la sintomatología correspondiente-.

Sin embargo, hay que reconocer que pese a todo, ya no somos los mismos. Contamos con protocolos, pensados especialmente para limitar los riesgos de contagios. He visitado muchas empresas que demuestran fehacientemente que siguen escrupulosamente sus estándares de salud e higiene y que han observado un estricto compromiso de cuidar a sus trabajadores y trabajadoras.

El fin primordial de entrar de nueva cuenta al semáforo rojo, es cuidar las vidas de los habitantes de ambas entidades federativas y detener la ola de contagios que comprometen nuestra capacidad hospitalaria. Pareciera que replicamos el modelo de otros países que vuelven a endurecer sus medidas de confinamiento.

Ante una emergencia sanitaria, el eje donde giran todas las actividades esenciales es el sector salud. Facilitar y fortalecer las acciones del personal que cotidianamente labora salvando vidas; así como los trabajos de limpieza, manufactura de implementos médicos necesarios y el aprovisionamiento que el sector farmacéutico realiza a todas las áreas de salud, se vuelven de la primera prioridad.

En segundo lugar, velar por la seguridad de la población ha sido una tarea que no se ha detenido. Todos los días en las mesas de seguridad municipal y la correspondiente a la estatal, se reúnen las distintas corporaciones policiacas, de protección civil y de procuración de justicia, para determinar los operativos correspondientes, donde se refuerzan las advertencias de que las medidas preventivas de contención de la enfermedad, son obligatorias.

El tercer eje considerado como esencial, es garantizar los servicios básicos a los que las personas tienen derecho, tales como los servicios financieros, la actividad de los notarios públicos, las casas de empeño –en un momento donde tantas personas tienen urgencia de allegarse rápidamente de recursos económicos, que les permitan cubrir sus gastos- así como los servicios públicos municipales, entre otros.

En este eje, también se consideran los servicios que son indispensables para nuestra sobrevivencia como son: la producción, distribución y comercialización de alimentos y bebidas. La generación de electricidad, la distribución de gasolina y gas, permitiendo que los productos sean llevados desde el lugar en que se producen hasta donde serán consumidos.

Derivado de la experiencia de los primeros meses de la epidemia, las restricciones a las actividades productivas obedecen más a criterios del riesgo que podrían representar la cantidad de usuarios al aglomerarse y convertirse en consecuencia, en puntos vulnerables de infección.

Sin embargo, el aprendizaje en los protocolos que han debido asumir distintos sectores productivos, permite que se afronte este nuevo incremento en el número de contagios con mayor madurez y mejor entendimiento de cómo deben operar los protocolos.

De esta manera, se garantiza que las ramas productivas puedan seguir sus actividades, siempre y cuando, observen las distintas medidas de prevención. Y se limiten, todas aquellas actividades que potencialmente pudieran representar un riesgo de alto contacto humano.

La Gaceta del Gobierno del Estado de México publicada el pasado 18 de diciembre señala que los comercios –tanto las grandes tiendas de autoservicio, centrales de abasto, como los pequeños comercios, cremerías, tortillerías, entre otras- podrán continuar con sus actividades, siempre y cuando observen estrictamente los aforos y las medidas de prevención. También son considerados todos los negocios de atención, cuidado y alimentación de mascotas.

Uno de los sectores más golpeados es el sector gastronómico, que solo puede continuar con la prestación de sus servicios, a través de pedidos a domicilio y que deberán ser muy cuidadosos de no brindar el servicio in situ, a riesgo de ser sancionados. Esta situación afecta a todos aquellos trabajadores y trabajadoras que complementaban sus salarios con las propinas que recibían de los consumidores.

El transporte público es, quizás una de las áreas más sensibles y vulnerables, en donde la ciudadanía tiene el riesgo de contagiarse, si éstas no observan las medidas preventivas obligatorias para que sus usuarios viajen con las condiciones mínimas sanitarias.

Las unidades económicas que no fueron consideradas como esenciales y en consecuencia tienen que parar sus actividades, son todas aquellas de esparcimiento, donde las personas se reúnen para socializar, tales como bares, cantinas discotecas, centros nocturnos, por ejemplo. También los espacios de alto contacto humano como los balnearios, spas, baños públicos, gimnasios, teatros, auditorios, etc.

El criterio es que no están permitidos los eventos donde se reúnen números importantes de personas como eventos sociales, religiosos, deportivos, políticos, por señalar algunos.

El pueblo mexicano es un pueblo que ama reunirse y socializar. Pretextos sobran para ello: desde las constantes fiestas patronales, ferias, reuniones familiares. Aún más en estas celebraciones, en donde privilegiamos los brindis y abrazos navideños, la visita a distintas iglesias, las misas de gallo y el intercambio de regalos; pero ante esta situación, tenemos que adecuar nuestra conducta para proteger a los que más queremos.

Lamentablemente, he observado la desesperación de muchas familias por encontrar un espacio para un pariente contagiado en alguna institución hospitalaria. Así también el desdén de otros muchos que por no darle importancia a las medidas de prevención de contagios. El que estemos hoy en color rojo en el semáforo epidemiológico, es una llamada de atención de que no hemos atendido debidamente, las medidas preventivas. El color rojo no debe ser sinónimo de contagios y muerte. El rojo, uno de los colores de nuestra bandera nacional, debe ser símbolo de disciplina y fortaleza para salir adelante.

                                                                                                            @Martha_Hilda