El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre

Aristóteles

 

Bien ha dicho el terapeuta y escritor argentino Jorge Bucay que hay quien confunde la libertad con la omnipotencia, gente que cree que solo es libre cuando hace lo que le pega la gana en el momento en que le pega la gana.

Bueno, pues hacer eso, esperando además que no haya consecuencia alguna, no es más que vivir sin estructura, disciplina, propósito y objetivos; es decir, extraviado, de lo cual no resulta ninguna otra cosa más que desamor –pues los demás prefieren alejarse– y, en consecuencia, una sensación profunda de vacío y sinsentido de la vida.

Estar esperando la mayor parte del tiempo terminar con los quehaceres, las obligaciones y los cánones de conducta y pensamiento que nos impone la sociedad, para realizar en nuestra vida “intima” y “privada” actividades socialmente solapadas, pero reconocidas como dañinas, tampoco es libertad, sino fuga de nuestra “triste realidad” (al menos así la consideramos).

Si la libertad no está en hacer lo que nos pegue la gana cuando nos peque la gana, o en desenfrenarnos un poco los ratos en que podemos sustraernos de las presiones ni, por supuesto, en la cantidad casi ilimitada de opciones que tenemos hoy en día respecto de dónde podemos ir y lo que podemos consumir material y virtualmente, pues no por grande la oferta deja de ser una jaula, ¿dónde está la libertad?

La libertad siempre está en la decisión, en el misterio del famoso libre albedrío. Todas las posibilidades que la modernidad y sus regímenes de Gobierno nos ofrecen para vivir hoy en día no son más que eso, ofertas, políticas, económicas, materiales, etc. Pero la oferta no es el ejercicio del derecho; lo es la forma en que decidimos interpretar lo que se nos ofrece, elegir y, en consonancia, responder, actuar. 

La acción: quedarme, irme, hablar, callar, cuidarme o descuidarme, no es la libertad, es su manifestación final. Su ejercicio pleno estuvo en la decisión que me llevó a actuar. Por eso, el único opresor y/o pervertidor de la libertad es el miedo. 

Si el miedo me lleva a pensar que no tengo libertad porque no puedo hacer u obtener algo que quiero o ver a las personas que quiero, o que nunca el amor, el dinero y otros satisfactores materiales y emocionales son suficientes, cualquier elección que haga no será libre, no habrá sido motivo de una disquisición, una ponderación ni, por tanto, una determinación consciente, sino de una respuesta automática ante las circunstancias, lo cual también es una decisión, pero de ese tipo que uno querría despojada de consecuencias; en tanto, aquella que surge del libre albedrío, la que se meditó, se reflexionó, pero sobre todo se confrontó con el miedo, siempre conlleva la claridad de que no existe ninguna decisión que no conlleve la responsabilidad de asumir los resultados. No porque lo diga la moral, sino porque es una ley científica y esotérica del universo: siempre que hay un dar hay un tomar. Si no nos gusta lo que estamos recibiendo, examinemos qué estamos dando. La existencia se basa en un intercambio de energía entre cada partícula, átomo, molécula, cuerpo, emoción, pensamiento y acción.

Somos libres, pues, donde importa serlo: en la forma en que interpretamos las circunstancias y nuestras experiencias al hacer contacto con ellas. Eso determinará cómo nos sentimos: bien o mal, disminuidos o fortalecidos, optimistas o pesimistas. 

Una pandemia no tiene por qué significar un “año perdido”, si puede ser vista como una oportunidad para revisar nuestra vida y darle un giro. ¿Cuál es la importancia de hacer esto con o sin crisis de salud pública?, que cómo dijera el célebre ocultista Paul Foster Case, apoyado hoy en día por la física de partículas y la neurociencia: “Como el día sigue a la noche, lo que ha creado mentalmente será experimentado por usted como realidad visible, tangible y física”. 

 

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@F_DeLasFuentes