Martha Hilda González Calderón.

¿Ha leído usted sobre un hombre que resuelve cualquier misterio policiaco que se le encargue, aunque detesta los procedimientos de la policía tradicional? ¿Qué tiene una personalidad melancólica, una aspiración nunca resuelta para convertirse en escritor y termina siendo un vendedor de libros viejos? ¿Usted ha sido transportado a una de sus tertulias en la Habana, para compartir con sus amigos, beber grandes cantidades de ron y escucharlo decir que nada tiene remedio?

Pues si aún no ha tenido este privilegio de lector, se ha perdido de las novelas de la serie Mario Conde, que ya aglutina nueve tramas y de la magnífica obra de un escritor que no tardará en ganar el Premio Nobel: Leonardo Padura.

El novelista lee la historia y la pone en movimiento, señaló este autor cubano en su discurso de apertura del salón literario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2020 –en la modalidad virtual en la que ha incursionado– donde se le otorgó la medalla Carlos Fuentes.

Padura se reconoce y no, como novelista histórico. Dice que no era su intención convertirse en uno, pero eligió estudiar el pasado para “iluminar el presente”; sin embargo, su visión de la historia es objetiva: no aspira a documentar la verdad. ¿La verdad de quién? –se pregunta– ¿la de los periódicos tendenciosos de otras épocas o la verdad amoldada a la visión del novelista? Lo que sí reconoce, es que el novelista debe de tener un compromiso con la verosimilitud, de manera que los lectores tengan la sensación de leer algo creíble.

La obra portentosa de este escritor cubano quien –en el 2015– recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras y la Orden de las Artes y Letras de Francia, siempre tiene referencias locales a su natal Cuba y a su vida cotidiana.

También tiene sutiles pistas de su propia vida personal. Como la referencia del tradicional platillo cubano hecho a base de quimbombó, cuya afición dejó clara en su discurso en la FIL, al hilarlo como uno de los platillos favoritos del gran poeta y político cubano, José María Heredia, quien desde Toluca, la capital del Estado de México, en 1838, le escribe a su madre para confesarle que está enfermo y que ha pedido su repatriación, renunciando a sus ideales independentistas, para poder regresar a la Isla y recuperarse con “caldos de quimbombó”, como lo narra Padura de manera magistral en su obra “La novela de mi vida”.

José María Heredia fue exaltado como el primer gran poeta de América, por José Martí, y se le reconoce haber sido parte de los primeros diputados del Estado de México, así como director del Instituto Científico y Literario.

Otra coincidencia con los temas que elige Padura, es el amor a los perros que es muy semejante al que le tuvo León Trotsky a los suyos, afecto que lo unia a su homicida, Ramón Mercader, que tenia tanta afición por su fiel compañero, que es parte de una trágica escena que se narra en la novela que catapulta a Padura, como uno de los mejores escritores de nuestra época en “El Hombre que amaba a los perros”, (Premio de la Critica en Cuba, Premio Francesco Gelmi di Caporiacco, Premio Carbert del Caribe, Prix Roger Caillois).

Padura es un fumador empedernido, ama el mar, honra la amistad y el béisbol, y estos temas se verán reflejados a lo largo de su obra literaria, en un caleidoscopio de distintas visiones de la historia. Un análisis del pasado local y sus impactos en la historia universal y viceversa. Pareciera un escritor que ha aprendido a identificar las señales que surgen en su camino, para encontrar su propia inspiración y aderezarla con su propia narrativa personal.

Al novelar los hechos que precedieron y siguieron al homicidio de León Trotsky, como parte de un análisis de las consecuencias de este hecho histórico, Padura identificó que fueron dos momentos que fortalecieron su decisión de escribir sobre esta figura –poco reconocida en Cuba, gracias a la propaganda rusa que lo identificaba como un traidor a la revolución proletaria.

El primero, fue en una visita a la casa del líder ruso en México, en 1989 -dos semanas antes de la caída del Muro de Berlín -y sus reveladoras consecuencias que revelaron “las peligrosas perversiones de la utopía igualitaria”, sentencia Padura.

El segundo, es el impacto que recibió cuando el autor supo que el catalán, Ramón Mercader, había vivido sus últimos años en Cuba y la posibilidad de haberse cruzado con él, quizás en la Habana. Padura lo calificó: como si “la historia le hubiera tocado el hombro”, y que él no lo hubiera notado. Por eso, el encuentro con Mercader es recreado en la novela.

Porque las novelas históricas, son ese viejo espejo que nos permite ver nuestro presente, desde el pasado, señala el autor.

En una de sus más recientes novelas, “La Transparencia del Tiempo” (2018); el autor elige tres momentos históricos: la caída de la Orden de los Templarios, la guerra civil catalana y la guerra civil española de la mano de un personaje ficticio y una escultura de una virgen negra, para mostrar las manifestaciones históricas de un hilo rojo imaginario en la España, de distintas épocas, y sus lazos con Cuba.

Una reflexión histórica sobre el libre albedrio, es la idea desarrollada en una de sus novelas, quizás una de mis favoritas: “Herejes”, (Premio de Novela Histórica de la Ciudad de Zaragoza); en donde dos historias, finamente se entrelazan entre sí. La cuestión central que desarrolla es si el hombre es libre de escoger su propio camino o fatalmente, su destino está marcado.

Mario Conde surge para reivindicar a la novela negra latinoamericana y hacer en el fondo, una crítica a la realidad cubana –a pesar de la propaganda oficial- es evidente la melancolía de un pueblo que pareciera una balsa en altamar.

La serie del detective Mario Conde, se despliega para revelar una realidad difícil, cruda, que sutilmente Padura describe en nueve etapas: Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño, Adiós, Hemingway; La neblina del ayer, la Cola de la serpiente, la Transparencia del tiempo y Como polvo en el viento, su más reciente obra; que le valieron premios como el Café Guijón, el Dashiell Hammett, entre otros. Hoy cuatro de estas obras pueden disfrutarse en Netflix en la serie: “Las cuatro estaciones de la Habana”.

Leonardo Padura es un escritor incansable. Nació antes de la revolución cubana de 1959 y a lo largo de su vida, ha visto –como Mario Conde- que sus familiares y amigos han partido a otros países, especialmente los Estados Unidos, en busca del “sueño americano”.

A pesar del reconocimiento internacional que su obra ha desatado, él ha preferido quedarse en el sueño latinoamericano y más particularmente, el del barrio cubano que lo vio nacer, al lado de su esposa y de sus amigos, para seguir desentrañando historias perdidas de la Cuba profunda, sin concesiones pero tampoco dándole cabida a la amargura, para deleite de sus millones de lectores en todo el mundo.

Él es parte de esa generación de escritores que, a través de la novela histórica, no se cansan en mostrarnos cuantos “errores y horrores”, la raza humana ha cometido y provocado, para que al final pareciera, tristemente, que no hemos aprendido nada, y que cuando “nos tropezamos con una piedra pareciera que preferimos cortarnos el pie que quitarla”, como concluyera Padura su discurso ante la Fil 2020, virtual.

                                                                                                              @Martha_Hilda