Héctor Zagal
 

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

Se acerca la época de posadas. Sin afán de pesimismo, me atrevo a decir que este diciembre tendrá, cuando menos, un toque melancólico. La pandemia no cede. Nosotros tampoco podemos ceder. El confinamiento, la sana distancia, el cubrebocas, el lavado de manos constante, se mantienen como la mejor defensa ante el virus. Es muy poco lo que está bajo nuestro control; ahora lo sabemos más que nunca. Sin embargo, cuidarnos entre nosotros sí lo está. Firmeza.
También se acerca el fin de semestre. Lo tradicional entre mis alumnos universitarios es una gran celebración después de los exámenes finales. Música, baile, risas y un brindis. Este año será distinto. Las reuniones vía remota levantan el ánimo, pero no es lo mismo. Para quienes hemos tomado una copa con amigos por videollamada no me dejarán mentir: el vino sabe distinto. Y es que estar con amigos, presencialmente, hace que la música suene mejor, la comida encante al paladar y la bebida sea estimulante. Sin nuestros seres queridos presentes, el festejo es menos dulce.
En estos tiempos es comprensible que nos sintamos tristes e inseguros sobre el futuro. Emociones más que válidas. Sin embargo, reconocer que hay situaciones dignas de provocar tristeza no debe atrofiar nuestra capacidad de reconocer que hay mucho por lo cual alegrarse también. El buen humor no es algo que podamos darnos el lujo de perder. Las fiestas decembrinas de este año serán distintas, pero no por ello no pueden ser divertidas.
Mis alumnos me informan que uno de sus juegos favoritos durante sus fiestas es el ‘beer-pong’. Este juego consiste en colocar al menos 6 vasos formando un triángulo en los extremos de una mesa de ping pong. Cada uno de estos vasos contiene algún tipo de licor. Ahora, cada jugador, colocado en un extremo de la mesa, tiene como objetivo lanzar una pelota de ping pong y que ésta entre en uno de los vasos del jugador contrario. Si lo logra, el contrincante debe beber el contenido del vaso donde cayó la pelotita. Ya se imaginarán en qué termina eso. Parece que es un juego muy popular entre los jóvenes. Y no por la sana distancia se ha terminado el juego, pues ya existe una aplicación virtual.
Este juego es muy similar al popular ‘God save the Queen!’ en el Reino Unido. Este juego consiste en tomar una moneda con la cara de la reina y lanzarla en el vaso de uno de los asistentes. Una vez dentro, quien lanzó la moneda debe gritar “God save the Queen!” y el propietario de la bebida debe beberla lo más rápido posible para evitar que la reina se ahogue. En este juego la reina se salva, pero otros terminan ahogados. Ojo, con salvarla una vez podría ser más que suficiente.
Juegos para beber hay cientos. Y, por supuesto, no son un invento moderno. Los antiguos griegos, ellos sí que sabían de borracheras, solían jugar al cótabo. Parece que se practicó entre el 600 a.C. hasta el siglo III a.C. El juego no tenía como objetivo beber más ni con rapidez, pero estaba pensado para ser jugado cuando los asistentes estuvieran ya un poco mareados. Todo banquete griego comenzaba con una libación en honor de los dioses, especialmente de Dioniso, dios del vino. A lo largo del banquete, se añadía un poco de juego a las libaciones: el poso del vino en las copas era lanzado no al piso, sino que se dirigía hacia un punto fijo. Algo así como lanzar dardos a una diana. Quien atinaba al blanco podía exigir algún tipo de premio, ya fuera comida, un nuevo par de sandalias o un beso de la persona elegida.
Les confieso que me gusta más degustar el vino que apurarlo sin más. Templanza.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana