Todo empieza en la negación. En esa renuncia a querer adaptar a la realidad aquella visión que tuvo Andrés Manuel López Obrador, en sus tiempos de opositor, de cómo quería gobernar al país. Sin darse la oportunidad de haberlo acomodado al hecho de ya ejercer el poder.

La 4T es el diseño perfecto de una campaña opositora. Identifica muy bien las peores calamidades de los Gobiernos anteriores, las convierte al discurso llano que puede llegar a millones de personas y se vuelve una exitosa fábrica de votos.

Pero se pierde en el desarrollo de estrategias viables de Gobierno y se llena de metas inalcanzables.

La recesión del primer año de Gobierno fue la mejor advertencia de la necesidad de tener rumbo. Pero no, este Gobierno optó por traicionar la confianza empresarial, empeñarse en proyectos inviables, recortar los presupuestos de forma arbitraria y hasta ir en contra del cambio energético global.

Esa postración de la 4T pintaba un panorama de bajos crecimientos y presupuestos muy ajustados.

Fue cuando llegó la pandemia. El mundo cambió. México estaba en el letargo de una recesión y en su incapacidad de adaptarse ante el cambio radical de la vida en este planeta.

En las escrituras de la 4T se relataba la perversidad de los rescates del pasado y sin mayor reflexión se dejó a su suerte a millones de desempleados, con tal de no ser acusados de neoliberales.

En esas piedras de los mandamientos económicos se anticipaban crecimientos del 4%, por lo que alcanzaba para regalar dinero en planes asistenciales y sobraba para refinerías y trenes en la selva.

Pero en la realidad no se multiplicaron los panes. Al contrario, la Covid-19 se encargó de pauperizar a las economías. Pero el Gobierno mexicano no se ha querido adaptar a esa realidad, porque los gastos de este Gobierno están contemplados en las escrituras. Por lo tanto, había que encontrar dinero donde fuera.

La desaparición de 109 Fondos y Fideicomisos, que dotará de más de 68 mil millones de pesos al Presidente para su manejo discrecional durante el próximo año, no es más que una escala en la destrucción de instituciones en la que se ha sumido al país.

El combate a la corrupción es parte de ese discurso de las plagas del pasado, puesto en palabras simples, para lograr el respaldo del pueblo bueno en el objetivo de desmantelar las instituciones.

Si destruyó la obra avanzada al 40% del aeropuerto de Texcoco fue por corrupción, si deja a los niños con cáncer sin medicinas es también culpa de la corrupción y si destruye los fideicomisos es por corrupción.

Esto no implica otra cosa que el reconocimiento del Gobierno federal de que es incapaz de acabar con ese flagelo.

Porque un Presidente con el poder del actual podría de un manotazo limpiar la casa entera de corruptos y dejar impolutas las obras de infraestructura, las compras de Gobierno y los fondos dedicados sin necesidad de destruirlo todo.

Pero el fin es otro. Es hacer de este país el de un solo hombre que transforme todo a imagen y semejanza de sus sueños.

 

                                                                                                                          @campossuarez