De qué le sirve al presidente Andrés Manuel López Obrador tener en su equipo al futuro presidente de la Junta de Gobernadores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional si no es capaz de hacerle caso a Arturo Herrera en algo tan sencillo como usar un cubrebocas.

No lo hace, porque tiene a la mano un supuesto encargado de la pandemia que lo adula haciendo optativo el uso de este medio, mundialmente aceptado, de protección contra la pandemia.

Es un hecho que el Presidente tiene en su equipo cercano a algunos expertos en sus materias que pueden darle al titular del ejecutivo una buena guía para la toma de decisiones. Un estadista, que está consciente de no saberlo todo, se apoya en gente bien preparada de su confianza para tomar decisiones. Repito, un estadista.

El manto de las decisiones unipersonales en México se extiende al poder legislativo, en donde las mayorías del Presiente se han convertido en una oficialía de partes o en la manera de lavar la cara del Ejecutivo en los temas difíciles que tienen que pasar por ese trámite legislativo.

No son pocas las evidencias de que hay instancias del poder judicial que también muestran disposición de cumplir con la voluntad presidencial, aun en contra del sentido común de las leyes, incluso de la Constitución.

Todo este poder se desprende de la relación de López Obrador con una mayoría que le tiene fe, literalmente un seguimiento a ciegas de cualquier cosa que haga o diga.

Pero hay dos relaciones con las que no puede jugar como lo hace con otros actores. Y esos dos vínculos que tiene cualquier presidente de México es con Estados Unidos, como la potencia mundial con las que nos tocó vecindad física y con las Fuerzas Armadas.

Cuando el viernes conocimos que el Gobierno de los Estados Unidos había detenido, sin ninguna colaboración del Gobierno mexicano, al general Salvador Cienfuegos Zepeda por presuntos vínculos con el narcotráfico, la reacción presidencial y de su obediente coro en los medios y las redes sociales, fue de alegría ante el golpe que recibían los Gobiernos neoliberales, porque a su parecer se demostraba que eran corruptos.

Sin más, en la mañanera, el presidente de la República amenazó con separar de sus cargos a todos aquellos que tuvieran relación con el exsecretario de la Defensa Nacional en tiempos de Enrique Peña Nieto, sin respeto a la presunción de inocencia.

El Ejército Mexicano ha sido para el Gobierno de López Obrador el sustento, no solo de la seguridad pública, reservada antes para civiles, se han convertido en el pico y la pala de sus sueños del sexenio. Y darles ese raspón innecesario, sin mostrar empatía y defensa del honor militar ante una investigación extranjera, se puede leer, al menos, como una falta de empatía presidencial.

Por ello, desde ese momento, y en cada oportunidad, López Obrador se ha dedicado a enmendar esa falta de respaldo al Ejército. Y falta que explique por qué Estados Unidos se mete hasta la cocina castrense sin siquiera avisar a las autoridades mexicanas.

 

                                                                                                                               @campossuarez