Martha Hilda González Calderón

Para Úrsula

Los mineros de The Cananea Consolidated Cooper Company asentían convencidos lo que el magonista Manuel M. Dieguez les proponía como banderas: terminar con los abusos de los capataces americanos, darle mejores oportunidades e igualdad de condiciones a los trabajadores mexicanos pero sobre todo, les insistía que solo unidos podrían alcanzar sus demandas laborales. La mecha estaba encendida.

Cuando el 30 de mayo de 1906, los mineros recibieron la noticia de que sus cargas de trabajo se incrementarían debido a la reducción de personal, estalló la huelga en Cananea. Meses después en Rio Blanco, Veracruz, la mayor fábrica de textiles también se rebelaría. Ambas fueron brutalmente reprimidas. La llama revolucionaria se había prendido.

Estas huelgas no fueron ni aisladas y menos, injustificadas. Fueron la culminación de una tensión acumulada durante el siglo XIX y que llegó a su clímax a principios del siglo XX. El análisis bien documentado y acucioso de “El Movimiento Obrero en el Estado de México” de Margarita García Luna, me sirve de base para entender el surgimiento de las primeras fábricas en el Estado de México, la situación de sus trabajadores y las primeras huelgas.

El surgimiento de la clase obrera, por consecuencia, está íntimamente ligado al proceso de industrialización que se había iniciado desde el siglo XIX y al desplazamiento de la sociedad agrícola. Esto implicó un profundo cambio de visión, con respecto a la época colonial que solo fomentó la minería.

La autora señala que fue a partir de la fundación del Banco de Avío, en el gobierno de Anastasio Bustamante, cuando se establecieron los esquemas de apoyo a la actividad económica, pero será hasta el gobierno de Porfirio Díaz, cuando se definen los factores económicos para el desarrollo industrial: la construcción de vías férreas, la supresión de alcabalas y aduanas interiores y la libre entrada de capitales extranjeros.

A lo largo de la lectura deja claro que los inicios no fueron fáciles. El proceso de importación de maquinaria y de técnicos especializados, fue largo y complejo. La producción industrial de tejidos de algodón y lana serán los primeros en florecer, le seguirán las fábricas de cerveza, vidrio, aguardiente y papel, entre otras.

La primera fábrica textil que hubo en México, fue la Constancia Mexicana que se instaló en Puebla y cuyo propietario fue Estevan de Antuñano. Esta fábrica le hizo honor a su nombre, al iniciar operaciones a pesar de haber sufrido la pérdida de su maquinaria en reiterados naufragios, procedente de Estados Unidos, en 1837.

El impulso de las fábricas textiles origina el desplazamiento del obraje y telas manuales, desde aquellos que encabezaban españoles hasta los que eran manejados por indios, que en total ascendían a más de 15 mil en todo el país. Este desplazamiento tiene como consecuencia que los artesanos emigren a las haciendas para contratarse como peones.

El Estado de México no es la excepción. Su estratégica posición geográfica y su cercanía con la populosa Ciudad de México, la vuelven un campo fértil para el desarrollo industrial. Esto se potencializa cuando por su territorio pasan distintas líneas férreas.

De las fábricas de hilados y tejidos que se establecen destacan por el número de trabajadores que laboran en ellas, a mediados del siglo XIX, La Abeja y La Colmena en Tlalnepantla, que concentran más de 1600 trabajadores. Hay una migración de trabajadores de Toluca y Tenancingo, en donde se concentraban un gran número de telares manuales hacia estas fábricas y aquellas ubicadas en el estado de Puebla.

Los gobernadores que impulsaron, en su época, la actividad industrial fueron José Zubieta y José Vicente Villada. Además se preocuparon de la enseñanza técnica e industrial de los trabajadores, como fue el caso del gobernador Villada que funda la primera escuela de artes y oficios en Toluca, en 1889. Dos años después establece la Escuela Normal de Señoritas donde se les enseñaban distintos oficios a las estudiantes que acudían, como lo refiere García Luna.

Para finales del siglo XIX, la entidad mexiquense contaba con fábricas de cerveza, vidrio, tabaco, sal, aguardiente y mezcal entre otras. Mención especial merece la instalación, en 1875, de la Compañía Cervecera de Toluca y México, con capital alemán y cuyo dueño fue Santiago Graf.

Las condiciones laborales a las que eran sometidos los trabajadores se reflejaban en los pobres salarios que ganaban hombres, mujeres y niños; así como las extenuantes jornadas que debían cubrir.

Los jornales diarios iban desde los 18 centavos hasta 1 peso, dependiendo de la categoría que tuviera el trabajador. Muchos salarios eran cubiertos a través de vales que debían de ser canjeados en las tiendas de raya de las propias fábricas.

Con la crisis financiera de principios del siglo XX, que documenta la autora, los salarios se reducen, agravando la problemática social. Como los casos de las empresas textiles que se asentaban en el Estado de México, La Colmena y San Idelfonso que reducen sus salarios diarios de 50 a 25 centavos, lo que eleva el malestar social.

El alargamiento de las jornadas de trabajo a través de las “veladas”, fueron denunciadas por distintos grupos de trabajadores, en donde se les obligaba a trabajar hasta 18 horas diarias.

Mario de la Cueva señalaba que el siglo XIX no podía entender el significado de la huelga, al no reconocer un interés colectivo y asumir al Estado como el garante de la actividad económica. Por eso, la Constitución de 1857 estableció en su artículo 9º, solo el derecho de asociación y rechazó el derecho a la huelga. Tocará al siglo XX y a los triunfantes revolucionarios consagrar los derechos sociales en la Constitución de 1917.

Antes de la primera Central que intentó defender los derechos de los trabajadores, coexistieron diferentes asociaciones mutualistas. En 1872, se funda el Gran Círculo de Obreros de México que intenta unir a los trabajadores más allá de sus gremios. Sus banderas fueron el reconocimiento de los obreros como clase y la mejora de las condiciones laborales.

Otro de los grupos que se solidarizaron con los trabajadores, fue la prensa. El régimen porfirista aplicó desde la suspensión hasta la franca represión como fue el caso de los periódicos “La Internacional” y “Regeneración”.

Los trabajadores mexiquenses también estallan huelgas en diferentes puntos. La autora señala, por ejemplo, la huelga de 300 trabajadores de la fábrica textil “La Colmena”, en 1870, donde los trabajadores de otras fábricas se organizaron para prestar ayuda a los huelguistas.

La tensión se va incrementando hasta explotar en las huelgas de Cananea y Rio Blanco. Margarita García Luna describe con detalle cómo se fue generando. Su análisis es amplio en la visión del fenómeno pero acucioso en el detalle. Pintó el escenario, en la parte obrera, en el que se desencadenará la gesta revolucionaria. Conocer estos antecedentes históricos nos ayuda a valorar las instituciones laborales que tenemos hoy en día, las libertades de trabajo y sindicales, así como los derechos de los trabajadores que hoy distinguen a nuestra realidad, todo lo cual ha sido fruto de incontables sacrificios y numerosas luchas ideológicas que han redundado en favor de todos los mexicanos.

Nuestros retos son distintos aunque la lucha continua. Hoy, elevar los niveles de la democracia sindical y madurar en la conciliación laboral, como el instrumento sine que non, que regulará las relaciones de los elementos productivos pareciera el signo de nuestros tiempos. Mejorar las condiciones laborales, visibilizando elementos que antes ni siquiera eran tomados en cuenta, es el reto del tripartismo de hoy.

                                                                                                                                     @Martha_Hilda