El clima de crispación política se ha acentuado en los últimos días tras la decisión del Consejo General del Instituto Nacional Electoral de negarle el registro como partido a México Libre, que encabeza, en los hechos, el ex presidente Felipe Calderón. México se encuentra, en la plena era moderna, confrontado entre dos grandes bandos ideológicos como lo estuvo en el siglo XIX y no hay indicios de que este clima de división vaya a ser superado en el corto plazo.

La disputa que sostienen Calderón y el hoy presidente López Obrador desde 2006 ha tenido un alto costo para la salud democrática del país. Personajes peculiares, ambos han conquistado el poder tras largas luchas dentro y fuera de sus respectivos partidos e imponiéndose a un sistema poco proclive a la alternancia.

Ninguno de los dos ha logrado superar el episodio electoral de 2006, que dio una estrecha victoria al panista y provocó una confrontación personal que ha tenido diferentes capítulos en esta desafortunada trama.

Nada impide a Calderón, como ciudadano, aspirar a formar un partido y contender por algún puesto de elección popular. En la práctica, el ex mandatario no ha dejado de hacer política tras su paso en la presidencia y con la única finalidad de cerrarle el paso a su histórico enemigo. El mayor inconveniente es que ya fue Presidente de la República, su esposa, Margarita Zavala, fracasó en el intento por ocupar ese cargo, y, ahora, no obtuvo el consenso necesario para formar su partido político.

Bien haría Felipe Calderón, por la estabilidad del Estado mexicano y siguiendo la vieja máxima de que los ex presidentes se retiran por completo de la vida pública nacional, dejar a un lado sus aspiraciones y abonar así a la necesaria consolidación de la oposición panista, a cuya división y debilitamiento también ha contribuido.

De la misma forma, llama la atención que el presidente López Obrador haya renunciado a la posibilidad de encumbrarse como el estadista que México requiere, siguiendo el ejemplo de personajes como el francés Charles de Gaulle o el español Adolfo Suárez, verdaderos transformadores de sus respectivos países.

En la constitución que dio origen a la Quinta República en 1958, De Gaulle definió el rol del Jefe de Estado moderno: representa la autoridad del Estado, árbitro de las instituciones, vigila el respeto del orden legal y garantiza el funcionamiento de los poderes públicos, todo ello por encima de los partidos políticos.

México vive una inédita crisis en al menos tres dimensiones: sanitaria, económica y de gobernabilidad, una situación equiparable a la de un estado de guerra. Hoy más que nunca se impone la necesidad de establecer alianzas con todos los actores públicos y privados del país.

La confrontación y el encono, de donde provengan, en nada abonarán para encontrar una solución a los problemas estructurales. Aunque se vea lejana, siempre habrá que aspirar a la reconciliación que en otros países ha representado el punto de partida para la reconstrucción.

Segundo tercio. Mario Delgado, Yeidckol Polevnsky, Alejandro Rojas, Gibrán Ramírez, Antonio Antollini y otras más podrían ver eclipsados sus deseos de dirigir Morena. Porfirio Muñoz Ledo, quien ha presidido otros dos partidos -el PRI y el PRD- tiene el colmillo suficiente para imponerse en el accidentado proceso interno de este joven partido.

 

Tercer tercio. Más de 21 mil cargos de elección popular estarán en juego en el proceso electoral 2020-2021 que dio inicio el pasado miércoles y que será el más grande de toda la historia de los comicios en nuestro país.

                                                                                                                                                       @EdelRio70