Martha Hilda González Calderón

Para tantas mujeres, compañeras de ruta.

Mujeres juntas ni difuntas”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? ¿Cuántas veces las propias mujeres la hemos repetido? La historia de la humanidad también ha sido construida a través de la solidaridad femenina anónima o no tanto, pero en cualquier caso, poco conocida. Si hiciéramos una remembranza de nuestra vida, seguramente también habrá recuerdos de pequeños o grandes gestos de la sororidad de las mujeres.

La Real Academia Española define a la palabra sororidad como “la agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar el mismo objetivo”.

Pareciera un término reciente pero ya Don Miguel de Unamuno en la “Tía Julia”, escrita en 1921, señalaba que habría que “inventar una palabra que no hay en castellano. Fraternal y fráter, vienen de hermano y Antígona era soror, hermana”. Así, a la hermandad femenina la llamamos sororidad.

Los ejemplos de sororidad se han dado desde tiempos inmemoriales. Como el caso de las Moiras rumanas, que son aquellas mujeres que acompañan a otras, en el nacimiento y también en el momento de la muerte.

Edith Friedman Grossman, una de las cientos de mujeres jóvenes judías que, con engaños, fueron internadas en el campo de concentración nazi de Auschwitz, es un ejemplo de muchas otras mujeres que se organizaron para sobrevivir en circunstancias extremas, en un “balancín de la supervivencia”, como lo califica Macadan en su libro “Las 999 mujeres de Auschwitz”. Ellas “se prestaban voluntarias para los trabajos más desagradables… Se hicieron expertas en evitar los exámenes diarios para seleccionar a las más débiles, las que estaban tan enfermas o tan delgadas que no podían trabajar más”.

Angelique Namaika, monja congoleña y dirigente de la organización “Mujeres dinámicas por la Paz”, se dedica a ayudar a mujeres que son violentadas por un grupo extremista que se denomina “Ejército de Resistencia del Señor” en aquel país.

En México, las mujeres de las zonas rurales continúan con una antigua tradición de solidaridad femenina, se unen para brindar ayuda a alguna de entre ellas que enfrenta una separación, un duelo o eventos más felices como un nacimiento o un matrimonio; porque saben que cuando ellas lo necesiten, también habrá otras mujeres dispuestas a apoyarlas.

A lo largo de mi experiencia como servidora pública, cuando en muchas ocasiones, asistí a reuniones comunitarias eran las mujeres quienes hablaban, siempre lo hacían pidiendo apoyo por un hijo o una hija u otro familiar. Rara vez pedían algo para ellas mismas. Las más de las veces, la petición era a nombre de otra compañera que atravesaba por circunstancias más complicadas.

Ante la “normalización” de ciertas conductas de abuso y violencia que sufrieron por generaciones sus madres o abuelas, miles de mujeres en todo el mundo, han salido a las calles para manifestar su hartazgo.

El movimiento denominado: “Yo también” que visibiliza las agresiones que sufrieron muchas mujeres por hombres que abusaron de su posición de poder –resaltan sin duda, los casos más publicitados en Estados Unidos: Jeffrey Epstein y Harvey Weinstein- quienes después de una historia de depredación sexual, el desenlace de sus juicios fueron la esperanza para muchas mujeres de que nadie es intocable, cuando hay un grupo de victimas dispuestas a unirse para denunciarlos.

También la campaña “Ni una menos”, en la que miles de personas, pero mayoritariamente las mujeres, se solidarizaron con las familias de quienes han encontrado la muerte por el solo hecho de ser mujer y exigen justicia.

Ha trascendido que las mujeres que trabajaban con el Presidente Barack Obama en la Casa Blanca, se organizaron para desplegar una estrategia de “amplificación”, con el fin de ser escuchadas. Cuando una de ellas tenía una idea, se las explicaba a sus compañeras, quienes iban a repetir la propuesta señalando quien la había impulsado. De esta manera, tan importante era quien tenía una propuesta como todas aquellas que servirían como multiplicadoras, hasta que ésta se concretaba. Esto requería no solo de confianza para compartirla con las demás compañeras, sino la honestidad de reconocer la autoría de dicha idea.

De esta manera, las mujeres necesitamos comprender que somos más fuertes cuando entendemos que todas nos necesitamos. Que unidas podemos establecer alianzas estratégicas para lograr nuestros objetivos comunes. Porque cuando ayudamos a una de nosotras, nos ayudamos a todas.

Esto no significa que seamos todas amigas. Ni siquiera que nos conozcamos para ayudarnos. Implica que estemos en la actitud de apoyarnos por el solo hecho de ser mujeres. Y que quienes nos necesiten sepan que tienen una aliada en cualquiera de nosotras.

Marcela Lagarde, una de las más reconocidas representantes del feminismo latinoamericano, señala que en la medida en que identifiquemos las necesidades que nos son comunes a todas, tenemos que organizarnos para saber cómo las enfrentamos. Idealmente, hombres y mujeres debiéramos ponernos “las gafas de género” para ver el mundo desde esa perspectiva y que nuestras actitudes puedan modificarse para identificar los patrones patriarcales y cuestionarlos.

Gafas de género que debieron haberse puesto muchas mujeres estadounidenses en la elección que le dio el triunfo al presidente Trump. Ángela Davis, feminista y activista social, no se detiene en denunciar que un gran número de mujeres blancas votaron por Trump, no obstante que habían sido evidentes sus intimidaciones y agresiones contra mujeres. Para ella, fue un claro ejemplo de que los criterios racistas son aún más fuertes que los de género.

Como lo han reiterado muchas feministas al advertir la necesidad de adoptar “una forma cómplice de ayudar a otras mujeres”. Que todas sepamos que cuando lo necesitemos, todas tenemos una aliada en cada mujer. Y que seamos congruentes en apoyar cuando nos necesiten.

Frente a un modelo de competencia entre mujeres en el que las mujeres hemos crecido, la sororidad impulsa un pacto entre nosotras.

Para quienes ocupamos espacios de decisión, la sororidad nos compromete a impulsar a que otras mujeres asciendan y se fortalezcan y que éstas a su vez, ayuden a otras a empoderarse.

Me parece que el lema de la Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias, AMEXME, explica muy bien lo que es la sororidad: “solas invisibles, unidas invencibles” y que aplica a todos los planos en donde las mujeres nos desenvolvemos.

Uno de los temas en el que todas tenemos que cerrar filas, es el de establecer la igualdad de salarios. A trabajos iguales, en circunstancias similares, se perciba el mismo ingreso; porque lastima que muchas mujeres ganen menos que sus pares masculinos, Este es un asunto que nos afecta a todas y tenemos que organizarnos para combatirlo.

En la agenda de la sororidad, sin lugar a dudas la explotación, la trata y la desaparición de niñas y mujeres, junto con los feminicidios, son los más graves. Es urgente que fortalezcamos la hermandad entre mujeres para que, protegiéndolas nos protejamos todas. Desafortunadamente, la extrema vulnerabilidad en la que viven muchas de ellas, hace que transiten a las violencias en soledad. Por ellas tenemos que estrechar la sororidad entre todas.

El compromiso que debemos asumir todas y al que se deben sumar los hombres que estén conscientes de la perspectiva de género, es hacer sentir a las demás que somos sus compañeras de ruta y que nos incumbe lo que les pase. Es un compromiso con aquellas que ya no están. Como leí en una pancarta durante una manifestación contra los feminicidios, en una frase se encierra el grito de muchas mujeres: “somos el corazón de las que ya no laten”.

                                                                                                             @Martha_Hilda