La simplificación tuvo que llegar desde un político estadounidense –en 2003 el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld– para descalificar al eje Francia-Alemania que se oponía a la intervención en Irak. La “Vieja Europa”, les llamó peyorativamente, como si no hubiese innumerables pueblos en ese continente con historias mucho más dilatadas, por no buscar demasiado, la Grecia heredera de Atenas o la Italia de Roma.

Un término al que nos pudimos remitir al presentarse las dos semifinales de esta Champions League, en los dos casos clubes germanos enfrentados a galos. De las cinco grandes ligas europeas, las dos menos valoradas y, muy a menudo, ninguneadas: Bundesliga y Ligue 1.

Plantados en la final Bayern Múnich y París Saint Germain, inevitable admitir las diferencias. Si vamos a buscar la Vieja Europa en estricto sentido futbolístico, el PSG no pertenece al exclusivo gremio de aristócratas. Ahí están Real Madrid, Juventus, Liverpool, Barcelona, Mánchester United, tanto Milan como Inter, inclusive Ajax y, por supuesto, Bayern.

Categoría definida no sólo por la cantidad de títulos y su antigüedad, pero quizá también por los modelos. Éste PSG qatarí, como el Mánchester City de Abu Dabi y el posible Newcastle saudiárabe, busca la grandeza a nombre de un Estado ajeno a su país.

En el escudo resalta la torre Eiffel e insiste como slogan Ici c’est Paris! (Aquí es París), en un intento de acercarse a la frase This is Anfield! que da un carácter sagrado al acceso a la casa del Liverpool. Sin embargo, es distinto. Una de las grandes capitales europeas que tardó en presumir un equipo poderoso de futbol (retomando la Vieja Europa de Rumsfeld, Berlín es otra), la apodada Ciudad Luz se esforzó muchas veces por la hegemonía que el Saint Germain ahora le otorga. En cierto momento apeló a las mayores figuras descendientes de inmigrantes, lo que chocó con su base de aficionados que solía ser blanca y ultraderechista. Un duelo que se mantiene, es común que en el Parque de los Príncipes haya mayor fricción entre esos dos sectores de seguidores que portan el mismo uniforme que contra los del cuadro visitante.

El ilimitado capital qatarí lo cambió todo. Una delantera Neymar-Mbappé en la que se invirtieron 400 millones de euros (valor de mercado superior al de cualquier equipo de la Ligue 1, salvo por el PSG), más todo lo que ya se había traído: Thiago Silva, Marco Verratti, Marquinhos, Julian Draxler, Ángel Di María, el ya deshabilitado aunque goleador histórico Edson Cavani, Mauro Icardi.

Un trabuco que pretende que sus títulos y gestas sirvan como lo más parecido posible a una identidad. Al tiempo, el Bayern puede alinear onces multinacionales y alejarse de los interminables apellidos germanos (Beckenbauer, Schwarzenbeck, Rummenigge, Schweinsteiger), mas conserva un punto básico para subsanar su esencia: a diferencia de los demás gigantes de este deporte, su estructura directiva es llevada por viejas glorias del club. Sabe comportarse como gran empresa internacional, con vínculos hacia patrocinios e incluso negocios con el propio emirato qatarí, con fichajes millonarios, mas a la hora de las decisiones un exjugador suele mandar. Así que ahí la cancha es la prioridad.

La Vieja Europa del balón se ha vuelto a imponer en el torneo más glamuroso y deseado. Eso abre un par de opciones: que el jeque u oligarca se canse del juguete o que gaste todavía más. Puestos a apostar, la segunda es la que no suele fallar.

                                                                                                                          Twitter/albertolati

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