Martha Hilda González Calderón

Las redes digitales de todo el mundo, reproducían ese hongo anaranjado con una fumarola negra que con un enorme estruendo marcó el 4 de agosto como un día de dolor y muerte. Apenas nos reponemos del horror al ver las imágenes de la explosión en uno de los muelles más grandes del Mediterráneo Oriental, el puerto de Beirut.

Ante la incredulidad de lo sucedido, se da paso a la solidaridad mundial y a un comprensible enojo de quienes vieron su integridad física y patrimonio afectados, por causas que aún son poco claras. En un reconocimiento a esta presión por aclarar la situación, la Organización de las Naciones Unidas ha pedido se escuche a los manifestantes que exigen se haga justicia y se alerte por la situación en que han quedado más de 100 mil niños desplazados de la zona del desastre.

La tragedia en Beirut obliga a cada país a revisar sus protocolos y medidas de seguridad en muchos temas que pudieran, potencialmente, salirse fuera del control de las autoridades.

Me impresionó particularmente el testimonio de un fotógrafo que en una de las plazoletas de Beirut, graba a una novia. Ella posa frente a la cámara, rodeada de edificios y entre naranjales. Un segundo después, una enorme explosión y la cámara que parecía haber tomado vida propia en un caleidoscopio de imágenes, vuelve nuevamente la imagen de la novia que trastabilla, como si el suelo se moviera a sus pies y cosas que caen desde lo alto.

Los números son fríos y pareciera que son pocas las víctimas frente al universo de muertos de la pandemia que asola a todo el planeta. Historias truncas de hombres y mujeres, que no alcanzaron a observar el ocaso de ese día de verano, sorprendidos por una terrible explosión, generada por más de 2,750 toneladas de nitrato de amonio que estaba detenido en el puerto de Beirut, desde hace más de seis años y cuyo estruendo al explotar se escuchó hasta Chipre —a doscientos kilómetros de distancia— según la televisión francesa.

La versión que pareciera emerger es la de un buque de carga, con bandera de Moldavia, con un cargamento de material explosivo que debía partir hacia Mozambique desde 2013 pero que, por razones aún poco conocidas, se quedó varado en el puerto libanés, sin tomar en cuenta el riesgo que representaba.

Los antecedentes de explosiones a causa de este material explosivo, se remontan a 1921, cuando cuatrocientas toneladas de nitrato de sulfato de amonio explotaron en Ludwigshafen, Alemania. La explosión se llegó a escuchar en un radio de 300 kilómetros de Múnich. Por su magnitud, destaca la explosión en 2015, en el puerto de Tianjin, China; donde explotaron ochocientas toneladas de nitrato de amonio, matando a 173 personas. Sin contar las veces que este compuesto, ha sido utilizado en actos terroristas.

De la comunidad internacional, la tragedia conmociona de manera especial a México, por los lazos históricos de hermandad y solidaridad que tenemos con la comunidad libanesa. Aún antes de que Líbano se constituyera como país independiente, los primeros grupos de inmigrantes libaneses ya se habían instalado en distintas ciudades de México. De acuerdo con datos de Patricia Jacobs —publicados por la revista Expansión— el 75% de quienes llegaron a nuestro país, se quedaron.

La coincidencia religiosa y su innata capacidad de adaptación a los ambientes cultural y económico, facilitaron su rápida incorporación a la sociedad mexicana. Hoy, el 8.37% del PIB Nacional, es generado por empresas encabezadas por familias provenientes del país del Cedro. La Asociación Mexicano Libanesa de Administradores señala que de un universo de 400 mil mexicanos de origen libanés, 6 de cada 10 son menores de 20 años.

Además de ser un factor importante en el sector económico –alrededor de 48,000 negocios- hay también presencia de esta comunidad, en los sectores político, cultural, científico, entre otros.

En el Estado de México, la comunidad libanesa se ha distinguido por la huella histórica que ha dejado impresa. Toluca no es la excepción. Familias que se asentaron en la capital mexiquense, tales como: Abraham, Acra, Chemor, Nemer, Fesh, Chuayffet, Guerra, Jalil, Libién, Maccise, Maawad, Naime, Rescala, Kuri, Yamín, Henkel, Chedid, entre otros; provenientes de lugares que parecen haber sido sacados de un cuento de las Mil y una noches, como: Zgharta, Hadtun, Kfarhana, Ehden, Gazir, Duma, entre otros.

Como una muestra de reconocimiento a la comunidad libanesa que se arraigó en Toluca y en el Estado de México, se construyó el Parque Líbano –en la capital mexiquense- un espacio de recreación y encuentro, ubicado en las más de cuatro hectáreas donde se localizaba la Pedrera Municipal. Este terreno que se utilizaba como un almacén municipal, se rehabilitó para abrirlo a toda la sociedad toluqueña y para reconocer a la comunidad del país del Cedro. La Asociación México- Libanesa tuvo un papel central en el proyecto.

México y Líbano, son dos países que los unen lazos no solo de amistad, sino de fraternidad y orgullo. También enfrentan crisis de diversa índole como: económicas, de seguridad y los embates del COVID-19. Esta conflagración, sin duda, es una oportunidad para el pueblo mexicano de demostrar su proverbial solidaridad y apoyo al pueblo hermano de Líbano.

Entendemos que su capital está herida y su población en shock, y que necesitan la solidaridad internacional para salir adelante. Líbano, que fue considerado en su momento, como la “Suiza del Medio Oriente”, por sus atractivos turísticos y la seguridad financiera, hoy más que nunca necesita el apoyo de la comunidad internacional. No es casual que el Presidente Macron fuera el primero en visitar la zona de desastre en Beirut y propusiera “un nuevo pacto político”, para tratar de detener las crecientes manifestaciones en contra del gobierno, además del apoyo internacional.

Seguramente la comunidad libanesa insertada en las principales ciudades al interior de México, se organizarán en una cruzada que permita llevar ayuda al país de sus ancestros. Muchos esperamos que esta movilización se pueda dar a la brevedad, en una de las peores crisis de su historia que involucra no solo un repunte del creciente número de casos de COVID-19; sino también, escasez de alimentos porque parte de los estragos de la explosión fue la destrucción del principal silo de granos, lo que ha alertado al Programa Mundial de Alimentos, (PMA).

Estamos en un tiempo de aprendizajes. La lección que nos ha dejado el COVID-19, nos dice que lo que pasa en una región puede impactar al resto del mundo, si no se toman las medidas preventivas necesarias. La enseñanza de la tragedia en Beirut, pareciera insistir en que la prevención, a todos los niveles, puede blindarnos de tragedias como la que se está viviendo, tristemente, en el Líbano.

Es indispensable, que continuamente se revisen los atlas de riesgo. Nuestro país no está exento de tener sobresaltos si no se toman las medidas correspondientes. Que se actualicen los protocolos de seguridad y se siga su estricto cumplimiento para evitar que tragedias como la de Beirut pudieran repetirse.

Crisis política, daños materiales aún incalculables, riesgo latente de aumento de víctimas de la pandemia, saturación de hospitales en la capital del país, escasez de alimentos, afectaciones en las operaciones logísticas desde el puerto marítimo. Líbano está sumido en el caos y la desesperación. No podemos permitir que los muertos de la tragedia de Beirut sean en vano. Testigos silenciosos de una situación que bien pudo ser evitada, claman por justicia y para que tragedias como ésta no se repitan en ninguna parte del mundo.

                                                                                                             @Martha_Hilda