Quizá antes que enredarse y desenredarse en los archivos guardiolianos, el Mánchester City debiócentrarse en unos cuantos párrafos de una autobiografía de reciente publicación en Italia.

En ella, el defensa Giorgio Chiellini se refiere con detalle a Sergio Ramos: “Pueden decir que es impulsivo, para nada táctico, que por su culpa se reciben ocho o diez goles por temporadas, y yo dejo de vivir si causo dos o tres (…) Sin embargo, tiene dos características que no tiene casi nadie. Él sabe cómo ser decisivo en los partidos importantes con intervenciones más allá de cualquier lógica (…) Y la fuerza que transmite su presencia. Sin él, estrellas como Varane, Carvajal y Marcelo parecen jugadores del filial y el Real Madrid se convierte en un equipo indefenso”.

Imposible no subrayar cada una de sus palabras visto el desenlace madridista en la presente Champions League. Estar desprovistos de Ramos no sólo representa la complejidad de su sustitución, sino la caída en bloque de toda la saga merengue.

Puestos a buscar una palabra con la que definir a Varane, hasta antes del viernes hubiéramos recurrido a garantía, seguridad, solvencia, regularidad, saber estar. Nociones desplomadas una a una en el estadio Etihad. Por mucho que el errático Militao esta vez no se haya metido en problemas, inevitable preguntarnos ¿y si ahí hubiera estado Ramos?

Sin embargo, más allá de ese campeón del mundo jugando como inseguro niño de nuevo ingreso al colegio, el Madrid se traicionó en algo mucho más grave: exhibirse como si no le doliera un ápice caer eliminado en el torneo del que es rey, lucir indiferente ante su naufragio, incluso resignado a lo inevitable como si habiendo conquistado la liga española bastara. Ramos lo sabía desde la grada, pocos como Karim Benzema parecieron saberlo sobre la cancha, el insaciable y añorado Cristiano Ronaldo lo supo mientras ahí alineó, al Madrid nunca le serán suficientes ni los trofeos ni la épica.

Casi puede concluirse que si no ha sido por los fallos de Varane, igual los blancos habrían apurado al precipicio en Mánchester. Una cosa fue seguir vivos en la eliminatoria tras el milagroso empate a uno del primer tiempo. Otra muy distinta era estarlo en la práctica. Club pragmático como ninguno, mal planeará la siguiente campaña desde la autocomplacencia o la suposición de que todo anda bien: eso no es el Real Madrid, esa no es su Europa.

Perdido y jamás reemplazado el gol por partido que aportaba Cristiano, la solución fue una solidez defensiva que permitió ganar la liga aún anotando mucho menos. Diluida esa solidez por la ausencia del imprescindible capitán, no quedó más que nostalgia.

Más irreconocible por su falta de ambición que por el uniforme rosa, el Madrid se fue de su torneo fetiche sin siquiera ser el Madrid. Un equipo que, como Jerusalén, no se concibe sin fe.

Otra del libro de Chiellini, loando la capacidad de Sergio Ramos para diezmar a patadas a las estrellas rivales. Sin él, apenas tres faltas cometidas ante un rival que halló un picnic donde esperaba una trinchera.

 

                                                                                                                        Twitter/albertolati

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