*Por Marina San Martín Rebolloso

Cada 30 de julio ponemos el dedo en la llaga para visibilizar y denunciar una conducta ilegal y brutal sin fronteras: la trata de personas.

Este delito implica someter a alguien a una situación de explotación, privándole de su libertad mediante coacción, rapto, engaño, abuso de poder, entre otras formas, con fines de prostitución, trabajo forzado, esclavitud, servidumbre o extracción de órganos. Este flagelo mantiene cautivos a un sinnúmero de seres humanos que viven una pesadilla interminable.

Según cifras del Índice Global de Esclavitud 2018, de la organización Walk Free Foundation, 40.3 millones de personas vivían en la llamada esclavitud moderna en 2016, siendo el 71% mujeres y niñas. La mayoría de los casos no se detectan, por lo que el verdadero alcance es incalculable.

Lamentablemente, la trata de personas se ha traducido en un negocio muy rentable, por lo que no parece haber incentivos para su erradicación. Tan solo en 2014, la Organización Internacional del Trabajo estimó que, a nivel mundial, las ganancias totales derivadas del trabajo forzoso ascendían a $150 mil millones de dólares anuales, provenientes de la explotación sexual y laboral. El aumento del desempleo resultado de la crisis sanitaria actual podría incrementar su comisión.

Las redes de explotadores se han valido de diversos medios para confeccionar su modus operandi, aprovechando cada vez más las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para captar y enganchar a las víctimas, situación agravada por el aislamiento de la pandemia.

Al respecto, no debe perderse de vista que las TIC son herramientas que se usan para diferentes propósitos, cuyos efectos pueden ser positivos o negativos, dependiendo quién las utilice y con qué finalidad.

Su espíritu, sin duda, busca facilitar la vida de las personas y el ejercicio de sus derechos, no vulnerarlos, ni servir de medio para la comisión de actos contrarios a las normas. No obstante, el mundo virtual expone los mismos claro oscuros que el mundo físico.

Por ello, las TIC deben mostrarse como luces, en lugar de sombras, en favor del combate contra la trata de personas. Así, por ejemplo, existen aplicaciones tecnológicas que contribuyen a la prevención, detección y persecución de estos casos, como es TraffickCam que usa el reconocimiento de habitaciones de hotel con el fin de determinar dónde los autores del tráfico sexual están cometiendo sus crímenes.

La tecnología PhotoDNA de Microsoft ha permitido remover millones de fotografías ilegales de internet, ayudando a condenar a depredadores sexuales de menores, e incluso, ha permitido el rescate de posibles víctimas. La plataforma móvil Symphony, desarrollada por LaborVoices, permite a las y los trabajadores denunciar abusos laborales en fábricas, y proporcionar esos datos en tiempo real a compañías e interesados que buscan empleo.

Asimismo, la organización Polaris ha destacado que las víctimas llegan a emplear funciones de redes sociales como servicios de geolocalización y mensajes privados para poder escapar; y sobrevivientes están adoptándolas para construir comunidades de apoyo.

No nos acostumbremos a que la esclavitud moderna siga presente, ignorarla no la desaparece; persistamos en cortarla de raíz, no hacerlo nos deshumaniza, las tecnologías pueden ayudarnos en esa lucha.

Comisionada Ciudadana del Instituto de Transparencia de la Ciudad de México.
Twitter: @navysanmartin

LEG